29 de diciembre de 2007

AL FINAL DE ESTE VIAJE.

“Mi nombre es Roberto Rabi. Quizá haya oído hablar de mi, pero es más probable que no. Da igual. Ese no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre no lo recuerdo. Disculpe. No es que importe. Es decir, ya no”. (Parafraseando a Paul Auster en “Ciudad de Cristal”)

Así, como un par de millones de santiaguinos, termino el año: más que estresado, aturdido. No sólo por el transantiago, el pánico colectivo que han generado femicidios, alunizajes, secuestros con resultado de muerte y, en general toda la violencia desatada de nuestra tradicionalmente gris sociedad. Sino porque, a mi juicio, el 2007 no dejó casi nada bueno.

Lo peor de todo es que los gringos están en crisis, por lo que estamos bastante saltones, nuestro IPC se disparó durante el año, los consumidores, como yo, están endeudados hasta el quetejedi y el crecimiento no repunta. Si no fuera por el precio de los comodities como el cobre, nos estaríamos enfrentando a un panorama verdaderamente negro. Es cierto, a algunos les fue bien pese a todo. Me alegro sinceramente por ellos.

El panorama político es, por otra parte, complejo. Finalmente echaron a Adolfo, lo que deja la mesa servida para un reordenamiento de Concertación y Alianza. Siempre creí que los tres tercios tarde o temprano revivirían, toda vez que no me cabía en la cabeza que un católico, inspirado en Maritains, pudiese coexistir en un mismo hogar con un ateo inspirado en Marx, o al menos en Chomsky. Por muchos colores que tuviese el arcoiris. Hoy constatando la existencia de un “aliancismo laguista”, me ha quedado claro que cualquier ordenamiento es posible en Chile, porque esgrimiendo su desagrado por la política la mayoría de las personas -y casi la totalidad de los jóvenes- consideran innecesario tener una idea, por tosca que sea, sobre qué tipo de sociedad quieren. Así, para los políticos hoy es cuestión de asesorarse por publicistas, y nos meterán no sólo el dedo en la boca.

Sin embargo, en ese mismo orden de ideas parece asomar una respuesta, porque al ciudadano de a pie, a quién ya no le importa la estructura del sistema productivo, cómo se genere empleo, cómo se maneje el presupuesto (¡ni siquiera mucho las políticas tributarias!, lo que ya es demasiado decir) sí le importa que no lo caguen con el electrodoméstico que compró o que no le presten un servicio distinto del que le ofrecieron y por eso sí está dispuesto a reclamar. Tampoco le es indiferente lo que le ocurre cuando lo cogotean. Sino pregúntenle a Gonzalo Fuenzalida. Los pingüinos dieron el puntapié inicial el año pasado: por problemas específicos todos estamos dispuestos a levantar la voz. Siendo así, la suma de “demandantes sociales” podría generar un todo que mitigue las nefastas consecuencias de la apatía social, que ha permitido que ciertos políticos y tecnócratas nos tengan firmemente agarrados de los cocos (y similares, para que no me traten de misógino)

Esa es mi esperanza para el 2008, que de una vez por todas se abran las grandes alamedas y exijamos respeto. Sólo para empezar. En todo caso, rescato que no hemos perdido el sentido del humor el último bastión de lo auténticamente humano: es cuestión de ver la cantidad de chistes sobre el transantiago. Junto a la esperanza, nos ayuda a esperar un 2008 mejor.

Así sea.

Roberto

17 de diciembre de 2007

Tiempo de Comprar Regalos.

Una de las más groseras inconsecuencias de nuestro pueblo la podemos notar en estos días: ¿Quién no ha denostado el consumismo asociado a la navidad? ¿Quién no alega que se ha desnaturalizado una celebración de connotación esencialmente religiosa, destinada a la reflexión y a celebrar el nacimiento de la cara humana de Dios, al ritmo frenético de la compra de regalos? ¿Quién no evoca, en sus fetiches varios, la figura de un viejo abrigado a rabiar, con ropajes saturados de los colores de la Coca Cola mientras el termómetro marca más de 30º Celsius? (86 Fahrenheit, para los que ya comulgan con el concepto hasta en los detalles) Abusaré en este caso de la autoridad que me da no creer en ningún sentido trascendente de la navidad, y de ser bastante adorador de la estética roja verde y blanca para criticar un problema grave no de frivolidad (o si se quiere, no sólo de frivolidad) sino que primordialmente de consecuencia.

Hoy, como tratándose de la mayoría de los eventos, conceptos, símbolos y seres, cada uno de nosotros tiene una visión o teoría personal. Como Sick Boy en Trainspotting. La hacemos a nuestra medida, para efectos de justificar lo que hacemos y pensamos permitiéndonos alcanzar la comodidad intelectual, material y -sobre todo- moral. Tratándose de la navidad supongo que buena parte de estas teorías integradoras podrán explicar por qué la navidad es importante para nosotros, por qué se le entiende como una fiesta eminentemente espiritual y, al mismo tiempo, por qué los regalos y el consumo, terminan siendo lo medular.

Supongo que todo este sin sentido no nos parece escalofriante, porque, cual mal de muchos, prácticamente no hay nadie que se libre y ver al de al lado con la misma careta, el mismo discurso y la misma pretensión de trascendencia. Eso nos tranquiliza. Alguien dijo la navidad chilena es tan falsa como la sonrisa del Papa. Con aparadores repletos de pinos de plástico que en el peor de los casos son blancos –el arribismo de quienes creen que pueden igualar sus hogares al sur de Noruega-, se promueven en los recintos de compra y venta cuanta idiotez se les ocurra a los incubus de las jugueterías: macilentas muñecas de larga cabellera rubia capaces de recitar el padre nuestro en arameo y sin perder la compostura”. (1) Pues bien, para mí la falsedad esencial es que este entorno no nos disgusta y pretendemos que así es. Si verdaderamente el consumismo navideño nos repugnara en el fondo –en la forma no hay duda que molesta, porque no conozco a nadie tan enfermo como para sentirse cómodo en las aglomeraciones de los malls- sencillamente le daríamos a estos días el sentido espiritual que se pretende y punto. Los stocks de las multitiendas serían sólo volúmenes indescriptibles de banalidad despreciada.

En fin, así nos gusta. No me vengan con cuentos.

Roberto.

(1) Aníbal Venegas.

10 de diciembre de 2007

Tecnócratas,


“Técnico o persona especializada en alguna materia de economía, administración, etc., que ejerce su cargo público con tendencia a hallar soluciones eficaces por encima de otras consideraciones ideológicas o políticas”. (Diccionario RAE)

Se les considera altaneros, prepotentes, necesarios, incomprendidos, inhumanos. Los hay de todas las calidades y diseños. Y en todos los rincones de nuestra loca geografía.

Su sola existencia encierra una contradicción vital: no es posible adoptar decisiones meramente técnicas sin basarse siempre y a todo evento en consideraciones políticas previas. Porque la historia no se ha acabado, no existen consensos planetarios definitivos, ni siquiera, aunque muchos así lo asuman, la democracia y el neoliberalismo. Estos especímenes se han convertido en actores determinantes en el proceso de legitimación de los diversos planes y proyectos de diversa magnitud y fortuna. ¿Alguien dijo Transantiago por ahí?

Lamentablemente han fallado. Una y otra vez, y a veces con estrépito. ¿Por qué, si en nuestro país hay tan buenos profesionales y técnicos especializados? Una de las razones sin duda, es que independientemente se su real o presunta excelencia, se han caído. Y feo (¿Alguien dijo Transantiago?) Pero la cuestión central es que la relación entre los tecnócratas y los señores políticos está podrida, carece de armonía, de un Norte. Y peor aún, no hay sintonía entre el trabajo de unos y otros y el sentir popular. Eso no es menor: por muy equivocada, inculta y disparatada que sea la opinión de las masas, las decisiones no se pueden imponer eficientemente sin considerarla, por que ese es el destino de las sociedades humanas: el conocimiento se concentra en pocos, y su fruto se distribuye entre muchos, sólo si aquellos pocos son capaces de coordinar la manera. Si pueden y quieren. Las masas no tienen esa responsabilidad. Las masas son masas. En Chile recién se está comenzando a generar un germen de sociedad civil. Esperemos que se consolide pues ciertamente nos aleja del caos impidiendo la aplanadora tecnocrática cuando los señores políticos no son capaces.

Roberto.