24 de junio de 2017

Justicia, fútbol y VAR



Suele entenderse por justicia una virtud, consistente en dar a cada uno lo que le corresponde. Estaremos de acuerdo en que es mucho lo que han hecho las sociedades a través de la historia por materializarla. La queremos en nuestra convivencia cotidiana, en nuestra educación, como solución a la delincuencia, en las relaciones laborales, etc. Pero en el gran debate, tiende a contraponerse a otros valores que tienen igual o mejor prensa; como la libertad, la paz y la solidaridad. Parece evidente que si bien se trata de un valor superior, no es absoluto.

Más claro parece aún que no todo debería regirse exclusivamente por criterios de justicia. ¿Se imagina usted que alguna vez alguien afirmara que no es justo que Usted tenga el cónyuge o la pareja que tiene? ¿Que su apariencia física no es justa? ¿Que no es justo que llueva en Santiago en febrero? Ardua tarea de los seres humanos es, más que determinar lo justo de cada cual en cada caso concreto, precisar además en que realidades es necesaria y posible.

Convendremos que los juegos (y los deportes, en cuanto juegos)  son actividades en que los humanos emplean su talento físico y/o sicológico en busca de ciertas metas, en medio de territorios  con más o menos reglas, con la finalidad básica y esencial de lograr entretenimiento. Diversión; felicidad en términos más genéricos. No se justifican por sus reglas ni están destinados primordialmente a darles estricto cumplimiento. Resulta palmario también, que en la medida que las reglas esculpen la forma del juego, no tendría ningún sentido desconocerlas permanentemente. Por eso se ha llegado incluso a proponer que sean terceros, supuestamente imparciales (¿existe la imparcialidad?) quienes desde una posición secundaria intenten velar por el cumplimiento de las reglas de cada juego. Así, tanto las reglas de cada juego, como la manera como se pretende imponer su cumplimiento, entre otros factores, son los que hacen de cada juego lo que es y qué tan arraigado esté en su tradición. Por eso a buena parte de los países de Commonwealth les gusta el cricket y no la pelota vasca. Por eso los fanáticos del rugby lo defienden como un deporte de bestias jugado por caballeros, mientras el fútbol es para ellos un deporte de caballeros jugado por bestias. Por eso no tendría sentido periodificar el tiempo de juego en cuatro cuartos en un mundo, como el futbolero, en que la publicidad no es lo esencial. Por eso, mientras en el tenis, un deporte de cuello blanco que busca silencio, y ofrece espacios para dirimir, a nadie le molestó el uso regado de la asistencia tecnológica; acotado a cierta categoría de episodios.


Hoy se esgrime la justicia como fundamento, para intervenir ferozmente en la dinámica del fútbol –su mayor tesoro- a través del VAR (video assistant referee). Con plena consciencia que de asentado su uso, el juego no será el mismo. Soy de los que cree que la polémica en el fútbol, la discusión no zanjada, incluso el debate eterno sobre si la pelota entró o no; son parte de la riqueza del balompié, en la medida que, pese a dar cabida a un margen de injusticia, contribuyen a que sea más entretenido. Juan Villoro lo ha planteado en términos extraordinariamente precisos: “La discusión del tema no puede sustraerse a una pregunta ontológica: ¿vale la pena prescindir de los errores? Una de las cosas más divertidas del futbol es que el árbitro puede equivocarse. Sin otro equipamiento que sus ojos y su mudable criterio, dispone de unos segundos para soplar un veredicto en su silbato. A diferencia del fanático que grita en las tribunas, trata de ser objetivo, pero no siempre lo logra. A veces nos arruina el domingo y otras nos regala un error en favor del Necaxa. Lo cierto es que la contienda se anima por la fragilidad de su justicia”.


Si con una perspectiva evolutiva asumimos que toda creación humana está sujeta a cambios y perfeccionamiento, lo que cuestiono es, también, la oportunidad. El mundial más violento de la historia (el que organizamos nosotros en 1962) mostró razones para discutir cambios que, años más tarde  se expresaron en modificaciones al régimen de las tarjetas. Cuando el gol se hizo algo escaso a fines de los ochenta y principios de los noventa ¡un problema en serio! se introdujeron incentivos, exitosos sin duda, para premiar a los equipos que privilegiaban el espectáculo mediante un fútbol ofensivo (el más importante, otorgar tres puntos, en vez de dos, al ganador). Sin embargo hoy se busca introducir el VAR en un momento en que disfrutamos de una de las mejores épocas del juego y estamos a años luz de una crisis de la legitimidad de las decisiones de los árbitros. ¿Por qué arriesgar todo eso, insisto, si estamos conscientes de lo que perderá el juego más lindo y universal con el VAR?

En general no son muchos los defensores del VAR, pero mientras algunos, como mi colega Ernesto Vásquez, vislumbra sobre todo un problema de ponderación de fines y medios, (“La videocámara es el mejor ejemplo  de un instrumento mal utilizado: un loable fin, con un mal uso del medio requerido”; ha escrito) yo creo que el problema es de fondo. Es no entender el alcance de la justicia en el mundo del juego, y que un deporte como el fútbol merece vivir su mejor momento en paz.

Roberto Rabi

@rabigonz