“Mi nombre es Roberto Rabi. Quizá haya oído hablar de mi, pero es más probable que no. Da igual. Ese no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre no lo recuerdo. Disculpe. No es que importe. Es decir, ya no”. (Parafraseando a Paul Auster en “Ciudad de Cristal”)
Así, como un par de millones de santiaguinos, termino el año: más que estresado, aturdido. No sólo por el transantiago, el pánico colectivo que han generado femicidios, alunizajes, secuestros con resultado de muerte y, en general toda la violencia desatada de nuestra tradicionalmente gris sociedad. Sino porque, a mi juicio, el 2007 no dejó casi nada bueno.
Lo peor de todo es que los gringos están en crisis, por lo que estamos bastante saltones, nuestro IPC se disparó durante el año, los consumidores, como yo, están endeudados hasta el quetejedi y el crecimiento no repunta. Si no fuera por el precio de los comodities como el cobre, nos estaríamos enfrentando a un panorama verdaderamente negro. Es cierto, a algunos les fue bien pese a todo. Me alegro sinceramente por ellos.
El panorama político es, por otra parte, complejo. Finalmente echaron a Adolfo, lo que deja la mesa servida para un reordenamiento de Concertación y Alianza. Siempre creí que los tres tercios tarde o temprano revivirían, toda vez que no me cabía en la cabeza que un católico, inspirado en Maritains, pudiese coexistir en un mismo hogar con un ateo inspirado en Marx, o al menos en Chomsky. Por muchos colores que tuviese el arcoiris. Hoy constatando la existencia de un “aliancismo laguista”, me ha quedado claro que cualquier ordenamiento es posible en Chile, porque esgrimiendo su desagrado por la política la mayoría de las personas -y casi la totalidad de los jóvenes- consideran innecesario tener una idea, por tosca que sea, sobre qué tipo de sociedad quieren. Así, para los políticos hoy es cuestión de asesorarse por publicistas, y nos meterán no sólo el dedo en la boca.
Sin embargo, en ese mismo orden de ideas parece asomar una respuesta, porque al ciudadano de a pie, a quién ya no le importa la estructura del sistema productivo, cómo se genere empleo, cómo se maneje el presupuesto (¡ni siquiera mucho las políticas tributarias!, lo que ya es demasiado decir) sí le importa que no lo caguen con el electrodoméstico que compró o que no le presten un servicio distinto del que le ofrecieron y por eso sí está dispuesto a reclamar. Tampoco le es indiferente lo que le ocurre cuando lo cogotean. Sino pregúntenle a Gonzalo Fuenzalida. Los pingüinos dieron el puntapié inicial el año pasado: por problemas específicos todos estamos dispuestos a levantar la voz. Siendo así, la suma de “demandantes sociales” podría generar un todo que mitigue las nefastas consecuencias de la apatía social, que ha permitido que ciertos políticos y tecnócratas nos tengan firmemente agarrados de los cocos (y similares, para que no me traten de misógino)
Esa es mi esperanza para el 2008, que de una vez por todas se abran las grandes alamedas y exijamos respeto. Sólo para empezar. En todo caso, rescato que no hemos perdido el sentido del humor el último bastión de lo auténticamente humano: es cuestión de ver la cantidad de chistes sobre el transantiago. Junto a la esperanza, nos ayuda a esperar un 2008 mejor.
Así sea.
Roberto