Suele entenderse por justicia una virtud,
consistente en dar a cada uno lo
que le corresponde. Estaremos de acuerdo en que es mucho lo que han
hecho las sociedades a través de la historia por materializarla. La queremos en
nuestra convivencia cotidiana, en nuestra educación, como solución a la
delincuencia, en las relaciones laborales, etc. Pero en el gran debate, tiende
a contraponerse a otros valores que tienen igual o mejor prensa; como la
libertad, la paz y la solidaridad. Parece evidente que si bien se trata de un
valor superior, no es absoluto.
Más claro
parece aún que no todo debería regirse exclusivamente por criterios de
justicia. ¿Se imagina usted que alguna vez alguien afirmara que no es justo que
Usted tenga el cónyuge o la pareja que tiene? ¿Que su apariencia física no es
justa? ¿Que no es justo que llueva en Santiago en febrero? Ardua tarea de los
seres humanos es, más que determinar lo justo de cada cual en cada caso
concreto, precisar además en que realidades es necesaria y posible.
Convendremos
que los juegos (y los deportes, en cuanto juegos) son actividades en que los humanos emplean su
talento físico y/o sicológico en busca de ciertas metas, en medio de
territorios con más o menos reglas, con
la finalidad básica y esencial de lograr entretenimiento. Diversión; felicidad
en términos más genéricos. No se justifican por sus reglas ni están destinados
primordialmente a darles estricto cumplimiento. Resulta palmario también, que
en la medida que las reglas esculpen la forma del juego, no tendría ningún
sentido desconocerlas permanentemente. Por eso se ha llegado incluso a proponer
que sean terceros, supuestamente imparciales (¿existe la imparcialidad?) quienes
desde una posición secundaria intenten velar por el cumplimiento de las reglas
de cada juego. Así, tanto las reglas de cada juego, como la manera como se
pretende imponer su cumplimiento, entre otros factores, son los que hacen de
cada juego lo que es y qué tan arraigado esté en su tradición. Por eso a buena
parte de los países de Commonwealth les gusta el cricket y no la pelota vasca.
Por eso los fanáticos del rugby lo defienden como un deporte de bestias jugado
por caballeros, mientras el fútbol es para ellos un deporte de caballeros
jugado por bestias. Por eso no tendría sentido periodificar el tiempo de juego
en cuatro cuartos en un mundo, como el futbolero, en que la publicidad no es lo
esencial. Por eso, mientras en el tenis, un deporte de cuello blanco que busca
silencio, y ofrece espacios para dirimir, a nadie le molestó el uso regado de
la asistencia tecnológica; acotado a cierta categoría de episodios.
Hoy se
esgrime la justicia como fundamento, para intervenir ferozmente en la dinámica
del fútbol –su mayor tesoro- a través del VAR (video assistant referee). Con
plena consciencia que de asentado su uso, el juego no será el mismo. Soy de los
que cree que la polémica en el fútbol, la discusión no zanjada, incluso el
debate eterno sobre si la pelota entró o no; son parte de la riqueza del
balompié, en la medida que, pese a dar cabida a un margen de injusticia,
contribuyen a que sea más entretenido. Juan Villoro lo ha planteado en términos
extraordinariamente precisos: “La
discusión del tema no puede sustraerse a una pregunta ontológica: ¿vale la pena
prescindir de los errores? Una de las cosas más divertidas del futbol es que el
árbitro puede equivocarse. Sin otro equipamiento que sus ojos y su mudable
criterio, dispone de unos segundos para soplar un veredicto en su silbato. A
diferencia del fanático que grita en las tribunas, trata de ser objetivo, pero
no siempre lo logra. A veces nos arruina el domingo y otras nos regala un error
en favor del Necaxa. Lo cierto es que la contienda se anima por la fragilidad
de su justicia”.
Si con
una perspectiva evolutiva asumimos que toda creación humana está sujeta a
cambios y perfeccionamiento, lo que cuestiono es, también, la oportunidad. El
mundial más violento de la historia (el que organizamos nosotros en 1962)
mostró razones para discutir cambios que, años más tarde se expresaron en modificaciones al régimen de
las tarjetas. Cuando el gol se hizo algo escaso a fines de los ochenta y
principios de los noventa ¡un problema en serio! se introdujeron incentivos,
exitosos sin duda, para premiar a los equipos que privilegiaban el espectáculo
mediante un fútbol ofensivo (el más importante, otorgar tres puntos, en vez de
dos, al ganador). Sin embargo hoy se busca introducir el VAR en un momento en
que disfrutamos de una de las mejores épocas del juego y estamos a años luz de
una crisis de la legitimidad de las decisiones de los árbitros. ¿Por qué arriesgar todo eso, insisto, si
estamos conscientes de lo que perderá el juego más lindo y universal con el VAR?
En
general no son muchos los defensores del VAR, pero mientras algunos, como mi
colega Ernesto Vásquez, vislumbra sobre todo un problema de ponderación de
fines y medios, (“La videocámara es el
mejor ejemplo de un instrumento mal
utilizado: un loable fin, con un mal uso del medio requerido”; ha escrito) yo creo que el problema es de fondo. Es no entender el alcance de la justicia en
el mundo del juego, y que un deporte como el fútbol merece vivir su mejor
momento en paz.
Roberto Rabi
@rabigonz
Roberto Rabi
@rabigonz