El salario o remuneración mínima ha tenido un impacto interesante en mi vida desde hace mucho tiempo. Para Goic sonará extraño, pero eran precisamente los curas los que le pagaron a mi madre la remuneración mínima durante más de diez años en dictadura. También la gané yo en 1992, cuando trabajé como jardinero. En aquellos tiempos, no me parecía un límite simbólico o un obstáculo a la generación de empleo. Ambas fuentes de trabajo no corrían el más mínimo peligro. Los curas necesitaban una nana y un hermoso jardín en la Avda. El Huinganal difícilmente sería atendido personalmente por el Gerente de Finanzas de un conocido Hotel de Santiago. Nadie necesitaba pensar cuanto pagar, la respuesta la entregaba la ley.
Pues bien, hoy se ha generado un debate realmente interesante a propósito de la propuesta de Goic. Siendo liberal le tengo bastante simpatía a los argumentos basados en la realidad económica, sobre todo a los que se apoyan en considerar la ineludibilidad de las sombrías tendencias del alma humana: Ya se experimentó con la prohibición de consumo de alcohol en los Estados Unidos: cuando una limitación, por muy legítimamente consensuada que sea, es ridícula, sencillamente no se respeta, se elude, genera “informalidad”.
También me parece razonable considerar que la Pymes, que muchas veces pagan sencillamente lo que pueden a sus empleados, generan el 70% del empleo en Chile y que una determinación poco razonable (asumamos que la existencia de un salario mínimo legal es un supuesto ya socializado) del sueldo mínimo definitivamente generará desempleo. Curiosamente nadie ha planteado, con resonancia mediática, contrarrestar tal eventual impacto en los niveles de empleo que generaría un salario mínimo sobre el nivel de supervivencia, echando mano al el excedente de ingresos fiscales proveniente del mayor precio del cobre. Recordemos que ese dinero está orientado a invertirse o regalarse al extranjero (ver http://ahoratodostusolo.blogspot.com/2006/05/qu-hacemos-con-la-plata-que-le-sobra.html)
Sin embargo concuerdo, y no podría ser de otra manera, con uno de mis mentores intelectuales naturales que se ha ganado un espacio los domingos en el diario que miente quien señala que el debate es “un llamado a la reflexión pública allí donde por razones de diversa índole, hemos concedido la primera y última palabra a la economía”.
Vale la pena saturar de argumentos ese debate, reflexionar una y otra vez hasta la saciedad, pues es un tema demasiado complejo. Por lo pronto, no puedo dejar de contradecir terminantemente una de las tres palabras basales del discurso de Goic: Si no está pensando en $500.000 o $600.000, el salario mínimo que propone, no tiene nada de ético y sigue siendo una mera limitación normativa a nuestra natural tendencia a explotar al otro. Por otra parte y más elemental aún: si está en una ley no es ética, es una consagración de la voluntad social consensuada, por más que la gente del Opus quiera convertirlos en conceptos interrelacionados: la moral es la moral y la ley es la ley. Otra cosa es resolver si es procedente pensar en sumas que permitan a todas las personas comer carne no solamente cuando se muerdan la lengua. Y definitivamente pensar como compensar en el impacto que tendrá el dejar a muchos viendo tele en la casa hasta que le corten la luz, al dejarlos sin pega.
¿Difícil no?
Roberto