25 de septiembre de 2006

LO LLAMABAN "EL INDIO JUAN"




“El año pasado cuarenta presos murieron en los penales de la región metropolitana. Por cuchillazos que les propinaron sus compañeros o enfermedades que en otros lugares no tienen un desenlace fatal, ello en medio del debate sobre las prisiones chilenas como lugares de rehabilitación” (Fuente: CONFRAPRECO)

¿Y quién dijo que los chilenos quieren que los presos se rehabiliten? Sin recurrir a ningún estudio científico, pido perdón por la osadía, sobre la base de la mera apreciación del “ruido ambiente” en nuestro país; me parece que el impacto que ha causado la abundante exposición de hechos delictuales en los medios de comunicación ha llevado a asumir a las personas que vivimos en una sociedad amenazada seriamente por criminales: el clamor popular exige que sean encarcelados: ¿para rehabilitarlos? ¡No pues! para sentirnos más tranquilos y para hacer “justicia”. En doctrina jurídica tales fines de las sanciones penales son conocidos como “prevención especial negativa” y “retribución”.

No creo que sean todos quienes se alegran cuando se enteran que en una cárcel fue asesinado un sujeto que, aparentemente fue capaz de dispararle a una mujer con una niña en los brazos, aparentemente digo, toda vez que la investigación de esos acontecimientos estaba en curso. No creo que sean todos, pese a que, además de los hechos que se le imputan y una condena anterior, era conocido como “El Indio Juan”
[1]. Sin embargo me parece que es un porcentaje demasiado significativo de nuestra opinión pública como para menospreciarlo.

Entonces una cuestión que me parece vital dirimir es si existe o no incompatibilidad entre un estado social y democrático de derecho, que supone preocupación por los derechos humanos de TODOS, sin considerar más valiosa la vida de la bebé más linda, rubia, ingenua, inocente y tierna que podamos imaginar, que la del mentado “Indio Juan”, y el modelo social que en realidad los chilenos parecen buscar, separando a quienes merecen la preocupación estatal de aquellos que no, para efectos de aplicar un trato diferenciado en las cuestiones más esenciales.

A mi juicio sí existe tal incompatibilidad: considerar que los presos por ser malos, feos y hediondos merecen ser privados, además de la libertad, (que, dicho sea de paso, es lo único que debería ser afectado según las leyes que configuran las “reglas del juego” en que todos, perversos y santos, nos pusimos de acuerdo al fundar nuestra sociedad) de las condiciones sanitarias y de seguridad más elementales, es asumir que una vez que se delinque la calidad de ser humano se pierde. Podrá parecer más o menos descabellado, podrá justificarse de una manera más o menos razonable, pero en el fondo es eso.

Estoy dispuesto a vivir en Chile aceptando la imposición del ciudadano medio decente que hoy insiste en renegar de lo que, para los académicos del derecho, es el gran logro del siglo XX: el respeto de los Derechos Humanos a todo evento. Estoy dispuesto siempre y cuando al menos alguno de ese lado de la trinchera reconozca y acepte las consecuencias del modelo represivo que se plantea. Reconozca que asume que el Indio Juan y los cientos de muertos en recintos penitenciarios chilenos están bien muertos y no me salga con el cinismo de que interesa la rehabilitación de los muchachos de “canadá”. Estoy dispuesto, porque a diferencia de la experiencia archiconocida de abusos en dictadura, esta vez, el respaldo a la política de tolerancia cero y de absoluto y total desinterés por las condiciones de los presos es mayoritario, y las mayorías gobiernan. Postular que la lógica de las declaraciones y catálogos de derechos fundamentales es precisamente proteger a las minorías de los abusos de las mayorías me parece un discurso acertado, pero propio de otras culturas.

Entre mar y cordillera, con nuestra tradición de gusto por el autoritarismo, de golpear la mesa en que están servidas las empanadas y el vino tinto, a quién no le guste la voz de las masas, como dice el chiste, se viste y se va.

Roberto.




[1] Recuerdo el terror que el sólo nombre de “Joe el Indio” le causaba a Tom Sawyer. Tomemos un nombre de pila cualquiera y generemos la aterradora combinación agregando “el” (“la”) indio (a): el resultado verdaderamente intimida.


9 de septiembre de 2006

ATRAPADO POR SU PASADO



"La Historia es nuestra y la hacen los pueblos" (Salvador Allende)

Se acerca uno de los días más polémicos del año, en nuestras tierras y en el extranjero. Con raíces que datan de hace varios siglos y 33 años en Chile, por una parte, y de hace cinco en el concierto internacional.

¿Qué se puede decir hoy de tantos hechos sorprendentes que ocurrieron una misma fecha? Básicamente que aún determinan buena parte de lo que ocurre en el diario vivir, nos guste o no, sea justo o no. No tanto el 11 de septiembre de 1541, puesto que aunque Michimalonco y los suyos destruyeron y quemaron Santiago, la ciudad se refundó y porfiadamente se expandió hasta ser el triste escenario de los hechos de 1973. Tristes sea cual sea la posición que se asuma, pues cuando mueren personas nadie puede resultar victorioso, sobre todo considerando que el 22 de agosto la Cámara de Diputados había declarado inconstitucional el Gobierno de Allende y la salida política, pese al famoso discurso de Altamirano, parecía tan cercana. Se podrá decir que sin el golpe habríamos llegado a una guerra civil, ¿es que alguien puede plantear seriamente que lo que se vivió fue muy distinto?
Lo que vino después es considerado uno de los periodos más negros de nuestra historia. Cada vez menos respaldan el cometido de Pinochet y no puedo negar que quienes aún lo defienden me conmueven: se necesita demasiada fidelidad, una capacidad exuberante para fabricar argumentos que justifiquen todo, un orgullo sobrenatural y sobretodo una gran estoicismo para soportar aun de pie cada novedad que sale a luz evidenciando no sólo desprecio por los Derechos Humanos sino que además un repugnante interés por enriquecerse del general.

En definitiva, aunque para la mayoría de los chilenos no tiene mucho sentido seguir anclados en diferencias generadas hace más de treinta años –sano es que así sea- siempre valdrá la pena estudiar con detención y objetividad las experiencias pasadas para mejorar nuestras proyecciones. El pasado nos puede ser útil, otra cosa es quedarse adherido a él.



El 2001 me levanté pensando que cada año el once de septiembre resultaba menos significativo, entonces mi jefe me llamó a su oficina y cuando abrí la puerta vi la imagen de una de las torres ardiendo en una televisión enorme dentro de un mueble que siempre permanecía cerrado, me costó dar crédito a mis ojos. Recuerdo sus palabras como si fuera hoy: “dicen que fue una avioneta, yo creo que fue un avión de pasajeros porque esas torres son enormes”. Lo cierto es que semanas más tarde vimos un partido de fútbol en la misma televisión y me di cuenta que sólo era de 21 pulgadas. La impresión me llevó a magnificar el contexto. Y lo que vino después me parece que de alguna manera obedece a la misma lógica. Supongo que muy pocos se alegraron de los muertos de aquel día, sin embargo creo que también son pocos los que respaldan la “guerra contra el terrorismo” que Bush inventó justificándose en el "11 S", asumiéndose, cual “Carlito” (De Palma también nació un once de septiembre) “atrapado por su pasado”.

Se supone que somos seres humanos, somos inteligentes, hasta un animal se da cuenta que si se quema con un objeto caliente basta y sobra no volver a tocarlo.

Roberto.