29 de julio de 2007

Un tremendo palo al sentido común


Matar a alguien no es un evento intrascendente. Nunca lo ha sido. Desde que Caín mató a Abel, habitualmente queda la cagada tras un suceso de sangre de tal naturaleza. Con mayor razón si se debe a la intención precisa de una persona de ponerle fin a la existencia de otra y no a un mero accidente. Las reacciones del conglomerado social y de los familiares y amigos de los difuntos suelen ser disímiles, pero en la mayoría de los casos muy graves.

Conversando alguna vez con mi gran amigo, otrora colaborador en este espacio, concluíamos que del mismo modo que es inaceptable que los mecanismos estatales, como la sanción penal, expresaran odiosas venganzas sin sentido ni fin concreto, como la pena de muerte, también la posición de las víctimas es respetable y que seguramente cada uno de nosotros enfrentado al doloroso trance de perder a un ser querido, cuya vida nos arrebató voluntariamentre un tercero, desearíamos a su vez su muerte.

Lo concreto es que en general los distintos sistemas penales se basan en el supuesto, muy razonable a mi juicio: el bien jurídico más relevante de los seres humanos es la vida. Tanto así que, por una parte, en la mayoría de los países más desarrollados no se emplea la pena de muerte, considerándola inhumana y excesiva, por otra, los delitos a los que se asocian los castigos más severos, son precisamente los delitos contra la vida. Otro principio fundamental es que las penas deben ser proporcionales a la gravedad de los hechos y de la culpa. Nuestro sistema penal, (no confundir el penal con el procesal penal) obsoleto, pero en vías de transformación no expresa tal lógica. El robo con violencia, el robo con fuerza en lugar habitado, el incendio en lugar habitado (aunque nadie resulte lesionado) la violación, entre otros delitos, tienen penas parecidas en Chile a la del homicidio simple. ¿Cómo dotar de sentido entonces a una legislación en que un vulgar cogoteo puede tener en teoría, en sus versiones más simples, 5 años más de pena que un homicidio? Siendo un teórico recalcitrante, en verdad, más que los casos particulares me preocupa el sin sentido del actual sistema.

Constatar que la entusiasta defensa que mi amigo Ignacio Castillo desarrolló en el juicio de Aarón Vásquez, se tradujo en una pena de tres años a la sombra en sistema semicerrado me hace reflexionar sobre el valor de la vida en nuestro entorno. Es cierto, Aarón tenía 17 años cuando mató a palos a Alejandro Hinostroza y nunca antes había sido condenado por otro delito, lo que a su edad no es mucho mérito. Pero sobre todo tenía buena facha y un abogado como Castillo. Me parece que no a muchos de los que ven las noticias en el Mega les molestaría que alguno de tantos feos, sucios y malos como los de Ettore Scola, se pudran diez años en Colina Dos, por quitarle la billetera a un noble transeúnte intimidándolo con un Tramontina. Más aún considerando el resto del bombardeo mediático que nos lleva a creer que vivimos en una sociedad en que cada día debemos jugarnos el pellejo por no ser asaltados cuando salimos a trabajar. A mi sí me molesta, si asumimos que Aarón ya estará en la calle el 2010.

Ojalá que si me lo topo en la calle no existan bates cerca.
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Roberto.