7 de agosto de 2009

EL CISARRO


Nada de lo que voy a comentar está motivado por la circunstancia de que Cisarro sea fanático de la “U”. Por cierto no me interesa centrarme en el caso ni en alternativas de resocialización o de castigo en concreto. Lo que me interesa comentar es sólo la precariedad del debate en Chile, frente a fenómenos noticiosos como el de mi compañero de barra.

¿Qué es lo que sabemos sobre el personaje? Que tiene diez años, por lo que a pesar de las maneras despectivas de referirse a él, entiendo que aún califica en la categoría de “niño”; que ha sido detenido en diez (¡oh my god!) veces y que demuestra, al igual que su madre, un comportamiento bastante agresivo frente a las cámaras. Entones, lo primero que cabe preguntarse es ¿se justifica la extensión del tratamiento mediático que el caso ha recibido? Me respondo: No.

Existen muchos conflictos cercanos incluso a esta problemática (como la privatización de la defensa penal de los adolescentes) que realmente puede tener una influencia mucho mayor en nuestros niños y jóvenes. De eso nada encontramos en noticieros y periodicos: “¡Aburrido!” diría Homero Simpson.

No digo que las andanzas de Cisarro no ameriten ser noticia del todo, pero, me parece del todo desproporcionada y perturbadora la sobre exposición. Principalmente porque no sabemos si esa situación puntual es sólo una excepción o evidencia una tendencia preocupante. Necesariamente debe ser eso lo que deberíamos discutir: si existe un número que excede los márgenes de lo tolerable de chicos como Cisarro y si son hoy más que ayer, o no. En la medida que un análisis serio de tales interrogantes nos lleve a buscar más repuestas urgentes, más que transformar su vida en un reality show, deberíamos discutir temas esenciales y no accesorios: las causas, no los parches.

¡Que fácil es hoy ganar dinero y simpatía política explotando perversamente la titularidad de medios de comunicación mediante la estigmatización de niños “b”!
Roberto

27 de julio de 2009

ESTILOS DE VIDA

Vuelvo a escribir algunas letras después de mucho tiempo. Si me entusiasmo sigo. Si no, como en su momento, sin declarar cerrado ningún espacio, ni agotada ninguna etapa, simplemente no escribo más. Una cuestión de estilo. A eso me quiero referir hoy.

Circulo por la ciudad, percibiendo actitudes de conocidos y desconocidos, amigos y enemigos que me hacen constatar que ya no me encuentro en el tranquilo entorno de mi infancia en que todo era predecible, todos actuaban conforme a su etiqueta, las etiquetas eran más bien pocas y aburridas (facho, lana, cuico, etc.) Eran tiempos arduos, complejos, pero sencillos. Hoy, quizás igual que ayer, ningún ser humano es simple, pero me parece que es cada vez más habitual no disimularlo. Tenemos tantas vertientes de pensamiento, tantas posibilidades de relacionarnos con nuestros familiares y amigos, tantas alternativas para emplear el tiempo libre, tantas formas de ser desagradables para quienes nos son odiosos, tribus urbanas a las que emular, contendores a los que confrontar, deportes exóticos en los que obsesionarnos, problemas existenciales y materiales de diversa índole en los que abandonarnos a la deriva. Y en cada uno de esos pintorescos escenarios, el espectador puede percibir diferencias abismales dependiendo del estilo del personaje.

Si yo hubiera sido adulto en los ochentas, simplemente hubiese sido un profesional de izquierda. Punto. Tantos como uno en el fondo, pero sobre todo en la forma, saturaban el medio. Hoy somos tan diversos en el estilo que la comunicación se hace monstruosamente difícil: con mi estilo más bien gris, afable y empático, tiendo a ser de lo más asequible para el medio. Pero el medio no me retribuye de la misma forma. Cuestión de estilos. Pero lo tenebroso es que los estilos son demasiados y están todos legitimados en la diversidad y un liberal como yo no tiene otra alternativa que aceptarlo.

A veces es esa diversidad y multiplicidad de estilos la que me asfixia y me hace presa de un miedo insuperable.
Roberto