5 de noviembre de 2019

Sobre el "Estallido Social"



Escribo estas líneas desde mi casa, estoy enfermo y no he ido a trabajar; ni siquiera he salido a la calle, por lo que no he podido presenciar evasiones en el Metro de Santiago (que uso permanentemente), ni marchas multitudinarias, ni saqueos, ni heridos, ni represión ni vandalismo. Únicamente caceroleos (de los cuales, por cierto, he participado) Sobre lo que ha ocurrido me he informado intensivamente por televisión, redes sociales, medios digitales y diarios.

No puedo sino concluir que Chile ha experimentado una coyuntura inédita, pero previsible. Muchos intelectuales de izquierda habían advertido que el riesgo del éxito económico de un segmento de la población de una sociedad neoliberal, era que la parte de dicha sociedad que no lo alcanzara (en nuestro país, la mayoría) se revelara con furia. Y los antecedentes estaban: los indignados en España, los “Chaquetas amarillas” en Francia, etc. Agreguemos la poca sutileza de ciertas autoridades que echaron bencina al fuego con declaraciones nada empáticas y la visibilización de mucha suciedad en las instituciones públicas y privadas.

De cara a lo anterior, la autoridad un gobierno neoliberal elegido democráticamente, decidió recurrir a un estado de excepción constitucional –el de emergencia- que le permitió el empleo de las Fuerzas Armadas para controlar la situación. La estrategia de represión no resultó del todo y generó diversas denuncias por antentados contra los Derechos Humanos, por los muertos y heridos (dentro de los cuales vale la pena destacar una cantidad inusual de lesiones oculares de carácter grave causadas por munición “menos letal” empleada por los uniformados) Reaccionando a las críticas, Sebastián Piñera decidió terminar dicho régimen excepcional, cambiar un par de rostros de su gabinete y anunciar un paquete de medidas de un costo de US $1200 MM, celebrado por su sector y varios economistas y considerado insuficiente por la difusa organización de los movimientos que insisten día a día en convocar marchas, ya no solo en Santiago sino en todo el país.





Hoy la movilización continúa, los saqueos parecen quedar atrás, pero mientras son muchos quienes se expresan de manera pacífica, otro grupo menor, pero significativo (al cual se le ha etiquetado como “lumpen”, “vándalos”, “delincuentes”, etc.) ha causado daños materiales enormes a la propiedad pública y a la privada (de pudientes y no pudientes). El discurso predominante frente a dicho panorama es condenar el uso de la violencia, también los atropellos a los Derechos Humanos y entender que las demandas sociales son legítimas. Solo en eso, en lo obvio, existe cierto consenso.

En cuanto a las violaciones de Derechos Humanos, al parecer tenemos respuesta institucional, pues se ha permitido el trabajo de organizaciones preocupadas del tema, que han enviado observadores internacionales y nuestro sistema de persecución penal  (con jueces, fiscales y defensores muy preocupados del tema), parece estar aclarando los casos y tomando las decisiones pertinentes.

Algo distinto ocurre con los daños y la destrucción: no tenemos claro el verdadero perfil de quienes los causan. Ni su número ni su organización. Solo especulaciones. Parece bastante razonable pensar que en la medida que generan un rechazo bastante transversal en un país conservador como el nuestro, y no contribuyen eficazmente a lograr las demandas sociales que están en la base del movimiento, solo quienes pretenden como fin principal desmontar el sistema y botar a las autoridades elegidas democráticamente, podrían respaldarlos.

Las demandas sociales a que el movimiento multitudinario de la calle ha hecho referencia son principalmente: terminar con los abusos del sistema de pensiones y el sistema de salud, transformándolos en sistemas solidarios; convertir una educación pública de mala calidad enquistada en el marco de un sistema tremendamente desigual, en un sistema inclusivo y de calidad; revertir la privatización de servicios básicos, que ha acarreado elevados precios y mal servicio. La calle exige, además, enfrentar decididamente la corrupción, los delitos de la clase política y fraudes de cifras escalofriantes en instituciones como Carabineros y el Ejército, los sistemas bursátiles (Cascadas y otros). No olvidemos que escándalos millonarios de ese tipo no son novedad, antes fue el MOP, Codelco, Chispas etc. Agreguemos además el malestar que han causado políticas de injustificado beneficio tributario, por montos millonarios, a grandes empresas: El Estado chileno mostró, en diciembre de 2001 manga ancha al perdonar la friolera de 264.000 millones de pesos a los grandes grupos empresariales del país (Matte, Angelini, Piñera, Claro etc.) por deudas tributarias generadas entre 1984 y 1998. Luego, en uno de los casos más bullados, pero no el más oneroso para las arcas fiscales, le condonaría una deuda de similar naturaleza de 59.000 millones a Johnson's. A lo anterior agreguemos el punto de partida: el elevado precio y mal servicio del transporte público.  Un alza de $30 pesos en el boleto de metro fue el detonante. Luego y simbólicamente el discurso se tradujo en un lema: “No son treinta pesos, son treinta años”. En suma, un ruido fuerte, destemplado y algo confuso de reclamos sociales que ha llevado a los políticos a hacer un mea culpa y a proponer soluciones. Desde el gobierno, la agenda social. Desde la oposición con aparente respaldo del movimiento social, la más polémica de todas: generar una nueva Constitución.



¿Es necesaria una nueva Constitución?


Evidentemente, dependerá de la posición política del observador, si usted está conforme con el sistema y con nuestras autoridades, su respuesta será no. Tal vez nuestro principal problema como sociedad es que NO ESTAMOS DE ACUERDO y nuestras instituciones políticas y jurídicas para resolver las discrepancias han caído en desgracia, sin que tengamos las herramientas para remplazarlas por otras de mejor pronóstico.

 Si usted realmente quiere que se realicen transformaciones importantes para lograr la mejoría de la calidad de vida de quienes no han accedido a los beneficios del crecimiento en Chile, una nueva Carta Fundamental debería parecerle un punto de partida realista y sólido para cambios a corto, mediano y largo plazo. No porque en ella se detallen las medidas que lo permitan, ni un programa, ni carta Gantt alguna, sino porque la actual Constitución Política establece la institucionalidad vigente y, con ella, las posibilidades de transformación son mínimas.

Mínimas, por la consagración de un sistema de derechos fundamentales fundado en el predominio del derecho de propiedad privada y el rol subsidiario del estado, que relativiza derechos sociales como salud, educación y trabajo. También el acceso razonable de las personas a bienes universalmente considerados públicos, como el agua.

Mínimas, porque el trabajo legislativo está obstaculizado por exigencias desmesuradas de quórum para leyes sobre aquellas materias cuya modificación es urgente. Un sistema que es bastante extraño en derecho comparado, que distingue leyes orgánicas constitucionales, otras de quórum calificado y otras leyes simples. Solo en éstas últimas una mayoría simple tiene posibilidades ciertas de hacer transformaciones. Pero son las materias menos importantes, las triviales. Y esto es intencionado, la voluntad del constituyente fue expresamente apostar por la permanencia e inalterabilidad del sistema.

Mínimas, porque la Constitución de 1980 estableció un gigante autónomo y de tremendo poder, como Tribunal Constitucional, que controla la constitucionalidad de  buena parte de las leyes antes de su publicación, una función contramayoritaria, también establecida en pos de la estabilidad. Lo anterior, además de la facultad de revisar la aplicación concreta de las leyes después que han entrado en vigencia (rol que muchos consideran razonable situar dentro de la competencia de los Tribunales Superiores de la Justicia Ordinaria)

No olvidemos que además, a buena parte de nuestro país le desagrada estar sometido a un texto fundamental que se generó y aprobó en dictadura, por los ideólogos de la misma y que con el tiempo ha sido sujeta a modificaciones cosméticas y acomodaticias.

¿Cómo hacerlo? ¿Lo hacemos ahora en medio de la crisis? Preguntas de difícil respuesta. Patricio Zapata, especialista democratacristiano de bastante prestigio afirma “siempre ha estado la necesidad de cambiar la Constitución, esto no es artificial. De lo que no estoy seguro es que seamos capaces de tener la suma de generosidad, talento y rigor que supone una tarea de esta envergadura”.  Enrique Navarro Beltrán, no menos prestigioso académico, es bastante más escéptico y defendiendo la idea de que las transformaciones pueden efectuarse dentro del texto de la actual constitución sin necesidad de una nueva, señala: “Un proceso constitucional es algo serio para ser discutido de manera frívola y ligera. Exige en primer lugar una ciudadanía que conozca la de verdad lo que establece la Carta Fundamental y su exacto alcance”. En el otro extremo tenemos al profesor Jaime Atria, tal vez quien más ha defendido la urgencia de una nueva Carta Magna y quién ve además en el proceso beneficios secundarios para el sector político que promueve los cambios sociales: “Yo creo que la necesidad de una nueva constitución a través de una asamblea constituyente es probablemente el tema que más claramente puede unir a la oposición”.

A mi juicio, una Constitución es necesaria y conveniente. Puede facilitar una respuesta adecuada a las movilizaciones sociales que nos han estremecido. Pero debe generarse con calma y buena letra. Lo que no significa evadir el desafío, sino simplemente abordarlo con altura de miras y sin menospreciar a quienes no estén de acuerdo, en parte, en algo o en todo.

Es hora de aprender de los errores del pasado y construir un futuro común sin violencia, pero trabajando con urgencia.

O acostumbrarnos al ruido ambiente y a presenciar como la hoguera arde hasta que empecemos a quemarnos todos y cada uno de nosotros.

Roberto Rabi

29 de enero de 2019

Don Heraldo y las caricaturas


Don Heraldo Muñoz es un político avezado, nadie podría desmentirlo. Por algo algunos pretenden levantar su candidatura para que en definitiva asuma la primera magistratura de nuestro país. Su reciente actuación,  consistente en difundir por redes sociales una caricatura de Cecilia Pérez, vocera del gobierno actual, de distinto color político, le ha traído muchas críticas. A nosotros nos permite una reflexión desde la neutralidad.

1. En primer lugar, desde una perspectiva artística, el chiste, que quedó en segundo plano, parece poco original, se trata una fórmula demasiado manoseada. Pero la caricatura en sí no es especialmente vejatoria y revela cierto talento desde la óptica de las artes plásticas.

2. Lo central es, sin duda, que la caricatura política es un subgénero que ha dado que hablar, y con bastante razón se ha dicho (y resuelto) que quienes se instalan en sitios de poder en materia de decisiones públicas están sujetos a un tratamiento distinto que el común de los mortales. Así lo ha resuelto, por ejemplo la Corte Suprema de los Estados Unidos,  que consagró dicho estándar en New York Times, ver Time, Inc. v. Hill, 385 U.S. 374, 390 (1967), de manera de brindar “
un adecuado "espacio para respirar" a las libertades protegidas por la Primera Enmienda"; criterio reiterado, por ejemplo, en Hustler Magazine ver Falwell, 485 U.S. 46 (1988) 485 U.S. 46. En nuestro sistema la discusión no ha tenido dicha profundidad, pero los principios que lo inspiran en esta parte son más o menos los mismos. En suma,  es admisible la creación y difusión de caricaturas como la que hoy nos convoca u otras aún más básicas o groseras pues de lo contrario la afectación de ciertos canales de la libertad de expresión sería aún más perjudicial para una sociedad cualquiera. Existen revistas importantes a nivel planetario que se dedican legítimamente a ello: por lamentables razones que Usted recordará se hizo universalmente conocida la publicación francesa Charlie Hebdo. Nosotros tenemos The Clinic y tuvimos Topaze. Lo anterior evidentemente sin importar si es hombre o mujer el personaje caricaturizado.  Insultaría el intelecto de cualquier feminista ahondar en ese punto.



3. Finalmente, creo que un aspecto contingente, pero no menor, tiene que ver con la idoneidad política del uso por parte de un político de una caricatura como esta. A mi juicio no tiene nada de malo si lo hace en su cuenta de Twitter. Distinto sería si lo hiciese en un ámbito oficial o con recursos públicos no autorizados. Pero no tiene nada de bueno tampoco: don Heraldo no nos demuestra que sea poco caballero ni misógino, que duda cabe, porque lo central de una caricatura corriente con rasgos exagerados, como cualquier otra, no es Cecilia Pérez, es la insinuación de que el actual gobierno culpa de todos los males de la nación al anterior; sin embargo, reacciones y críticas como las que sufre don Heraldo eran previsibles y evitables. Nuestra opinión pública ha sido recientemente despiadada con políticos que osaron tener cierta cercanía con camisetas de mal gusto. Si un político tiene tan mal ojo y tan poco cuidado como para proceder de la manera que lo hizo el Sr. Muñoz en los días que corren, podría ser también errático dirigiendo destinos a todo nivel.
¿Conocen otros ejemplos?


24 de junio de 2017

Justicia, fútbol y VAR



Suele entenderse por justicia una virtud, consistente en dar a cada uno lo que le corresponde. Estaremos de acuerdo en que es mucho lo que han hecho las sociedades a través de la historia por materializarla. La queremos en nuestra convivencia cotidiana, en nuestra educación, como solución a la delincuencia, en las relaciones laborales, etc. Pero en el gran debate, tiende a contraponerse a otros valores que tienen igual o mejor prensa; como la libertad, la paz y la solidaridad. Parece evidente que si bien se trata de un valor superior, no es absoluto.

Más claro parece aún que no todo debería regirse exclusivamente por criterios de justicia. ¿Se imagina usted que alguna vez alguien afirmara que no es justo que Usted tenga el cónyuge o la pareja que tiene? ¿Que su apariencia física no es justa? ¿Que no es justo que llueva en Santiago en febrero? Ardua tarea de los seres humanos es, más que determinar lo justo de cada cual en cada caso concreto, precisar además en que realidades es necesaria y posible.

Convendremos que los juegos (y los deportes, en cuanto juegos)  son actividades en que los humanos emplean su talento físico y/o sicológico en busca de ciertas metas, en medio de territorios  con más o menos reglas, con la finalidad básica y esencial de lograr entretenimiento. Diversión; felicidad en términos más genéricos. No se justifican por sus reglas ni están destinados primordialmente a darles estricto cumplimiento. Resulta palmario también, que en la medida que las reglas esculpen la forma del juego, no tendría ningún sentido desconocerlas permanentemente. Por eso se ha llegado incluso a proponer que sean terceros, supuestamente imparciales (¿existe la imparcialidad?) quienes desde una posición secundaria intenten velar por el cumplimiento de las reglas de cada juego. Así, tanto las reglas de cada juego, como la manera como se pretende imponer su cumplimiento, entre otros factores, son los que hacen de cada juego lo que es y qué tan arraigado esté en su tradición. Por eso a buena parte de los países de Commonwealth les gusta el cricket y no la pelota vasca. Por eso los fanáticos del rugby lo defienden como un deporte de bestias jugado por caballeros, mientras el fútbol es para ellos un deporte de caballeros jugado por bestias. Por eso no tendría sentido periodificar el tiempo de juego en cuatro cuartos en un mundo, como el futbolero, en que la publicidad no es lo esencial. Por eso, mientras en el tenis, un deporte de cuello blanco que busca silencio, y ofrece espacios para dirimir, a nadie le molestó el uso regado de la asistencia tecnológica; acotado a cierta categoría de episodios.


Hoy se esgrime la justicia como fundamento, para intervenir ferozmente en la dinámica del fútbol –su mayor tesoro- a través del VAR (video assistant referee). Con plena consciencia que de asentado su uso, el juego no será el mismo. Soy de los que cree que la polémica en el fútbol, la discusión no zanjada, incluso el debate eterno sobre si la pelota entró o no; son parte de la riqueza del balompié, en la medida que, pese a dar cabida a un margen de injusticia, contribuyen a que sea más entretenido. Juan Villoro lo ha planteado en términos extraordinariamente precisos: “La discusión del tema no puede sustraerse a una pregunta ontológica: ¿vale la pena prescindir de los errores? Una de las cosas más divertidas del futbol es que el árbitro puede equivocarse. Sin otro equipamiento que sus ojos y su mudable criterio, dispone de unos segundos para soplar un veredicto en su silbato. A diferencia del fanático que grita en las tribunas, trata de ser objetivo, pero no siempre lo logra. A veces nos arruina el domingo y otras nos regala un error en favor del Necaxa. Lo cierto es que la contienda se anima por la fragilidad de su justicia”.


Si con una perspectiva evolutiva asumimos que toda creación humana está sujeta a cambios y perfeccionamiento, lo que cuestiono es, también, la oportunidad. El mundial más violento de la historia (el que organizamos nosotros en 1962) mostró razones para discutir cambios que, años más tarde  se expresaron en modificaciones al régimen de las tarjetas. Cuando el gol se hizo algo escaso a fines de los ochenta y principios de los noventa ¡un problema en serio! se introdujeron incentivos, exitosos sin duda, para premiar a los equipos que privilegiaban el espectáculo mediante un fútbol ofensivo (el más importante, otorgar tres puntos, en vez de dos, al ganador). Sin embargo hoy se busca introducir el VAR en un momento en que disfrutamos de una de las mejores épocas del juego y estamos a años luz de una crisis de la legitimidad de las decisiones de los árbitros. ¿Por qué arriesgar todo eso, insisto, si estamos conscientes de lo que perderá el juego más lindo y universal con el VAR?

En general no son muchos los defensores del VAR, pero mientras algunos, como mi colega Ernesto Vásquez, vislumbra sobre todo un problema de ponderación de fines y medios, (“La videocámara es el mejor ejemplo  de un instrumento mal utilizado: un loable fin, con un mal uso del medio requerido”; ha escrito) yo creo que el problema es de fondo. Es no entender el alcance de la justicia en el mundo del juego, y que un deporte como el fútbol merece vivir su mejor momento en paz.

Roberto Rabi

@rabigonz

14 de diciembre de 2016

LO QUE HEMOS CONSTRUIDO


Cuatro personas, entre ellos los padres de una menor de 5 años, fueron   detenidas por el delito de homicidio calificado de un menor de 13. Parece ser que la niña acusó al chico de violarla, por lo que los padres y vecinos acudieron a buscarlo. Lo amarraron a una silla durante casi 12 horas, lo golpearon y torturaron fracturando incluso huesos bajo su rostro. Finalmente lo asfixiaron con una bolsa plástica, causándole la muerte. Al parecer el muchacho, que vivía en la precariedad supuestamente protegido por el SENAME, nada tuvo que ver con agresión sexual alguna.

Un tema que da para mucho. En primer lugar me llama la atención que se ponga tanto énfasis en la inocencia del niño asesinado ¿alguien puede afirmar que en una sociedad civilizada, de haber sido culpable, estaban justificados los hechores? La eventual culpabilidad del niño es una circunstancia marginal que, como mucho, podría atenuar su responsabilidad. Por otra parte, sorprende más aún leer en redes sociales y comentarios de las noticias en medios virtuales, que pidan balas en la cabeza y pena de muerte para los agresores. ¿En qué quedamos? ¿Somos o no somos? ¡Cuándo llegará el día que se privilegie un análisis extra penal de situaciones como esta! Esto es: como han fallado los medios de comunicación que propician el entorno para reacciones como esta, como han quedado en deuda las instituciones encargadas de la protección de los menores, qué podemos hacer para que las personas vuelvan a confiar en el sistema de justicia (hoy no cabe sino concluir que es una tarea titánica a mediano o largo plazo) Y, sobre todo, analizar por qué siempre la reacción transversal y predominante (en todos, eso es lo complejo, no solo en las víctimas) frente a cada una de las situaciones dolorosas, de la cual éste drama es una muestra, es la ira y el odio, excluyendo cualquier perspectiva sensata y constructiva.

Tengo la sensación de que desaprovecharemos una nueva oportunidad de hacer las cosas en serio.


Roberto Rabi
@rabigonz

26 de noviembre de 2016

Adiós, Fidel Alejandro Castro Ruz


Es difícil opinar con legitimidad sobre un evento histórico tan especial como la muerte de Fidel Castro. Sin embargo no puedo evitar aludir un cartel que abundaba en las calles de La Habana cuando visité la Isla en 2006: “Hoy en el mundo millones de niños se han ido a dormir con hambre. Ninguno de ellos es cubano”. Creo que es una postal que representa lo que significó Fidel: la búsqueda de una sociedad digna, igualitaria, centrada en lo esencial del desarrollo material de un pueblo; pero que jamás tuvo algún reparo en los medios que emplearía para alcanzar aquel sueño. Partiendo por suprimir toda libertad de prensa y restringirla a lo que aquel cartel representa; un conjunto de eslóganes situados en la prensa estatal, los medios de comunicación oficiales y la publicidad del partido; sin espacio para voces discordantes.

No me cabe duda que todos los que tuvimos la oportunidad de visitar la Cuba de Fidel intentamos conversar con sus habitantes, para conocer versiones de primera fuente sobre lo que vivían. Muchos me han contado que les pasó lo mismo que a mí: encontraron opiniones poco radicales y, en general, bastante respaldo a Fidel Castro y su Revolución. Sin embargo, el solo hecho que los muchachos cubanos estuvieran dispuestos a dar un ojo por unas zapatillas Nike, siempre pareció un argumento muy poderoso en contra de su régimen. La falta de las comodidades y banalidades propias de sociedades como la americana también. Para mí esos son detalles si un grupo humano es integrado y feliz.

¿Lo eran? ¿Lo son? Tengo mis dudas.

Un muchacho me mostró con orgullo el “Callejón de Hamel”, luego un colegio con los niños felices en su humildad y deseosos de aprender. Puede sentarme un par de minutos en una clase de geometría. Me mostró también tiendas de frutas, verduras, habanos y una farmacia como “La Botica” Salcobrand, pero realmente impresionante; exudaba lo que podríamos llamar “mística”. Sin embargo luego me llevó a su casa, modesta pero aparentemente alegre, y me enfrentó a un óleo de una niña bellísima de ojos violeta, de no más de doce años. Primero me preguntó si me gustaba el cuadro. Luego, cuando le dije que sí, me preguntó si quería “estar con ella” por un par de pesos convertibles. Despertaron a la niña, idéntica a la del cuadro, mientras yo trataba de irme de aquel lugar. En pijamas, despeinada y sin dejar de poner sus manos en la cara la obligaron a presentarse. Creo que ha sido uno de los momentos más impactantes de mi vida. Me constó salir por la insistencia de quién ya creía mi amigo y su grupo familiar. Su madre, sus hermanas. Evidentemente se mostraron decepcionados por mi rechazo. Desorientado volví como puede al Hotel. Sabía que el comercio sexual era un problema social importante y que por eso era severamente penado. Pero jamás creí que me vería en una situación así.
 
Cuba es una sociedad sin mucha variedad en la producción económica y el resto del mundo no le ha hecho fácil la supervivencia. A pesar de la adversidad, es una sociedad tranquila, pacífica. Pero con pena de muerte. Muchas veces empleada como instrumento político. ¿Qué puede decir un timorato chileno convencido de las virtudes de la democracia y el respeto de los Derechos Humanos frente a eso? Poco, insisto, un par de semanas en La Habana y la lectura de biografías de todos los amigos barbones de Fidel, las películas de Steven Soderbergh sobe el Ché, los “Diarios de Motocicleta”, las letras de Leandro Padura,  Ernesto Cardenal y el blog de la Yoanny Sánchez no son suficientes.Usted escuchará de todo en estos días. Espere escuchar aún más para formarse una opinión.


Si existe un personaje complejo, pero inevitable, determinante en un paraje especialmente arduo de la historia de Cuba y del Mundo, ese es Fidel.

Roberto
@rabigonz

17 de septiembre de 2016

Mientras más show, más lejos estamos del camino

En la discusión sobre este tema, los actores perdieron la brújula hace mucho rato. Se ha centrado todo el debate, para variar, ahí dónde hay más show y menos efectividad: en los turbios senderos del Derecho Penal; y lo peor de todo, sin entender un mínimo de la rama más distante de las transformaciones sociales que uno podría imaginar. ¿Alguien podría decir, seriamente, que con el ACTUAL estado de la doctrina en la materia se podría castigar a una mujer que aborta en el contexto de las famosas tres causales sin desconocer el sentido básico de la inexigibilidad de otra conducta como causal de exculpación? ¿Qué queda de la idea de culpabilidad de la conducta como fundamento de la pena si tenemos que DESPENALIZAR casos como las mentadas tres causales para tener la tranquilidad de que una mujer que aborta en esas circunstancias no arriesga terminar en la cárcel?
Falta que definamos, primero que todo, cuestiones esenciales de orden, Pero no existe voluntad política para ello, porque en el fondo lo que hay en juego, lo que realmente se está discutiendo, es la posibilidad de que una mirada ideológica prevalezca sobre otra. No si nos interesa la vida del feto o los derechos de la mujer en tal contexto. Parece que tales aspectos medulares a nadie le importan de verdad, en la medida que se discute si hacemos transformaciones con palos y piedras en circuitos integrados. No partimos de consensos evidentes (como que nadie quiere que la mujer aborte, que queremos encontrar la mejor manera de evitar el dolor y la lesión de derechos) para buscar primero las definiciones y luego las medidas específicas que se hagan cargo de manera eficaz de los conflictos.
Cuando entiendan que el Derecho Penal, sobre todo en casos como estos, HA SIDO, ES Y SEGUIRÁ SIENDO INEFICAZ; y que las soluciones de verdad se deben basar en visiones constitucionales legitimadas y en Políticas Públicas sensatas, particularmente de salud y educación, solo en ese momento podremos hablar de una discusión en serio. Por último, cuando asuman que si se van a meter en el Código Penal de 1874, al cual, desde esa fecha NO LE DEBEMOS ABSOLUTAMENTE NADA BUENO PARA NUESTRA SOCIEDAD, deberían estudiar un poco Teoría del Delito y de la Pena y considerar estudios históricos y comparados sobre aplicación y cumplimiento de condenas en función de cambios sociales. Sólo en ese momento toda esta puesta en escena, dejará de ser una caricatura rasca.
Mientras tanto, solo delantales en el pasto y más show sobre situaciones excepcionalísimas, sin intención de abordar el tema como adultos.

Roberto
@rabigonz

16 de febrero de 2016

¿Cómo me dijo que se llamaba?


En una sección humorística de Sábados Gigantes, un indio cambiaba de nombre a todo aquel que lo requiriera. Su única exigencia era “primero ponerte, después cambiar”. Como humorada funcionaba (en su momento), pero ya el programa terminó, el indio debe estar retirado y, fuera del humor fácil, el panorama es distinto.  Para empezar, las medidas que buscan efectos eminentemente simbólicos parecen casi siempre tramposas. En esa categoría caben, por ejemplo, los cambios de nombres de calles, avenidas, plazas, sociedades, organizaciones, equipos de fútbol, instituciones y partidos políticos.
Tramposas, en la mayoría de los casos, porque pretenden mostrar una nueva identidad, en circunstancias que el cambio de fondo, o no existe  o está vetado o es menor. No existe, por ejemplo, cuando alguien busca un nombre que lo desvincule de una identidad o clase social de la que reniega. ¿Cuántos apellidos mapuches o hebreos, o simplemente comunes, han sido sustituidos por tal razón? Trampa.  Cuando está vetado, cual equipo de fútbol con millonaria deuda que, para no hacerse cargo de la misma, cambia su razón social; en circunstancias que sus directivos, técnicos, afición y ubicación siguen siendo los mismos. Trampa.
También cuando el cambio es menor, como en el caso de partidos o bloques, que no pretenden ser algo distinto sino parecer distintos. Frescos, renovados y –sobre todo- libres de malas prácticas o malos personajes que se han transformado en lastres. ¿Saben por qué –sobre todo en este caso- es trampa? Porque es evidente que no quedarán atrás ni malas prácticas ni los malos personajes.
Las organizaciones políticas de verdad, con sentido e ideología claros, luchan por su prestigio, por rescatar su tradición que algún valor debe tener si es que alguna vez tuvieron razones genuinas para formarse o asociarse; no renuncian a ella simplemente por lograr algunos votos más.  No pretendo insinuar que los partidos norteamericanos son un modelo a seguir, pero ¿se imaginan a los republicanos cambiándose el nombre tras Watergate y la participación que en dicho escándalo le cupo ni más ni menos que a Richard Nixon? ¿Conciben a los demócratas cambiándose el nombre, después del escándalo sexual de Bill Clinton? No, para nada.
En Chile los Radicales siguen siendo los Radicales luchando por no extinguirse porque valoran su tradición. Aunque su apariencia sea vieja y pasada de moda. Tres gobiernos que contribuyeron demasiado a mejorar el país merecen respeto y proyección; no solo un tenue recuerdo.
Es cierto que muchas veces existen fusiones y separaciones que en el contexto de la dinámica histórica, hacen que los cambios de nombre sean, a su vez, una forma de no mentir, de trasparentar los cambios que hay detrás. Los Comunistas han soportado estoicamente la connotación peyorativa con que se emplea el nombre de su partido, porque no sería honesto cambiarlo, mientras sigan siendo comunistas; sin embargo su incorporación al conglomerado de gobierno, esta Nueva Mayoría que sigue siendo aquello a lo que se llamó Concertación de Partidos por la Democracia, acarreó tal publicitario cambio de denominación. Qué pena que no tuviesen la suficiente seguridad y consecuencia como para conservar aquel nombre tan lleno de sentido, que tan significativo fue para muchos en su oportunidad. No, en vez de hacer la limpieza que correspondía, prefirieron cambiar el nombre.
La UDI hoy pretende renovarse sin autocrítica por los delitos que han cometido sus dirigentes, sin actualización de ideas centrales. Sólo para verse más joven y renovada. ¿Tendremos que creer que, con otro nombre, quedarán atrás las malas prácticas? ¿No es acaso una traición también a aquellos militantes de derecha conservadora que defienden con más fuerza que nunca sus ideas?
Si llegar al poder lo justifica todo, aunque sea disfrazado, aunque sea cambiándose el nombre, mejor bajemos la cortina.


 Roberto

26 de junio de 2015

Consecuencia 2015


Intento buscar el hilo conductor de ciertos problemas  que ya no me parecen  tan colectivos como míos: pese a que soy un tipo optimista, de los que siempre ve el vaso medio lleno, la sociedad en que vivo me está decepcionando una y otra vez. No porque tenga muchas expectativas, sino porque siento que la falta de consecuencia está llegando a niveles inaceptables. Me quiero centrar en ese, que era nuestro debate principal hace mucho tiempo con el coautor de este blog: la consecuencia.

¿Quién defiende hoy el modelo neoliberal aparentemente exitoso de nuestro país tal como está? Muchos, pero sin mucha convicción. ¿Quiénes quieren algún cambio? Practicamente todos,  en alguna medida,  pero no de la manera que les resulte más atractiva la forma y el fondo, sino de aquella manera que resulte más popular. La imagen del caballero idealista que lucha contra los dragones ha llegado para quedarse.  Todos pretenden ser caballeros y el dragón es todo aquello que no queremos. Se trata la lógica de la guerra que impuso Estados Unidos tras convertirse en su especialidad. No queremos solucionar problemas, queremos pelear y derrotar a los responsables para llegar a la mejor parte: castigarlos.  Y por supuesto que no estamos dispuestos a mantener razonablemente tal discurso frente a todos y en todos los escenarios.

En ese contexto, el fútbol ha puesto en la palestra varias situaciones en que nos llevan a debatir cuestiones bastante delicadas sobre valores. A mi juicio la característica central de estas discusiones es la confusión y caricaturización de los problemas, mientras seguimos cada vez con más convicción tal discurso del enemigo; un discurso supone un sentimiento de pertenencia que me parece manifiesto, pero espeluznante. Suponga  Usted que en el próximo partido, contra Perú, los del Rímac ganan, en un partido con errores arbitrales a su favor, ¿hemos alcanzado los chilenos un grado mínimo de madurez como como para no salir a quemar los restaurantes, bienes y personas de nuestros hermanos peruanos? Es fácil defender o minimizar ahora el dedo en el culo de Jara, pero ¿realmente Usted mantendría su razonamiento si fuera uruguayo? No me diga, no le creo: consecuencia vs. el discurso del enemigo.

El comportamiento de Arturo Vidal nos hizo profundizar la polémica sobre las consecuencias de los actos humanos. Los debates más superficiales no han pasado de precisar si se apoya o no al “8” de la selección nacional. Escuché y leí frivolidades tan impactantes como “yo perdono a Arturo Vidal”, como si en un caso en que el interés social y particular comprometido es tan circunscrito, el perdón de un ciudadano "x" pudiese tener relevancia. Distinguir la cuestión penal, de la moral, de la futbolística, es lo razonable.  Policial y Penalmente el procedimiento fue impecable y ha mostrado a Chile y el mundo que somos capaces de tratar a todos por igual, independientemente de la fama y el poder del imputado (ni mejor ni peor). El gran problema fue la permanencia de Vidal en la selección.  Muchos no estuvieron de acuerdo, considerando que no se podía avalar la conducta de Vidal. Mi mentor intelectual -Carlos Peña- cuestionó tal permanencia,  motivada por expectativas de éxito deportivo, planteando incisivamente una cuestión de consecuencia: "¿Qué principio ético puede ser ese que frente a una consecuencia adversa se le retira?"  En parte tiene razón. No puedo desconocer que nuestros actos obedecen a modelos éticos, pero sí recordar que también es razonable emplear un criterio de ponderación. Si Ud. Busca ser consecuente (de vuelta) con esa lógica y afirma que no puede dejar de castigarse a Vidal, por ejemplo como se castigó a Charles Aránguiz, ¿sería tan consecuente como para castigar a un hijo, como castigó anteriormente a otro, con la prohibición de salir a la calle, si buscan al reciente mal portado para premiarlo en la vía pública con el pago adelantado de sus estudios universitarios? ¿Sí? ¿Y si la casa se está incendiando? ¿También? Pues bien, Sampaoli y la ANFP no son mucho más que un padre de familia en estas circunstancias y no tienen ni el rol ni el deber de dar señales para motivar el apego a las normas de todos los chilenos. Una sociedad en forma no exige (como por ejemplo afirma Tomás González) un estándar ético superior para los deportistas.

Ahora, de vuelta con la consecuencia, el fin que motivó la continuidad del Rey Arturo es un éxito deportivo probable, que me pareció muy bueno como razón en su momento, dada su entidad. Pero cada segundo que pasa me parece más desproporcionado el valor que se le da.

¿Qué sociedad hemos construido en que ganarle a otro resulte  ser una cuestión tan endiabladamente vital? La lógica del enemigo impera.

Mi manera de ver el fútbol es bastante ingenua. Es un juego, y los juegos nos entretienen, nos unen, logran que mejoremos nuestro estado físico y concentración y muchas veces nos invitan, como en el caso del fútbol y el rugby, a respetar más que reglas, un sinnúmero de valores.

Ese será mi discurso si no ganamos la Copa y espero ser consecuente.


Roberto Rabi
@rabigonz

PS. Para conversar de estos y otros temas sobre fútbol, literatura y sociedad, los esperamos el 1 de julio a las 19:00 en la Biblioteca Municipal de Santiago:

http://www.biblioredes.cl/bibliotecas/4141/noticias/48794

3 de mayo de 2014

LA BANDA SONORA DE LA JUSTICIA II



Buscando una respuesta a mi pregunta ¿Cuál es la música de la justicia? sólo he rondado soluciones parciales y muy personales, casi íntimas. Podría contarles por ejemplo que un amigo defensor asocia el triunfo en un juicio oral a “Sahara Night” de FR David. En mi caso no puedo evitar sentir “For Whom the Bells Toll” de Metallica, cada vez que camino por la explanada del Centro de Justicia en dirección a algún Tribunal Oral. Su ritmo lento y pesado evoca rigor infinito, lo que de algún modo me sirve de arenga. Pero, como la homónima novela de Ernest Hemingway, es una canción sobre la muerte, no sobre la justicia. En tal sentido uno de los aportes más directos a mi búsqueda lo entrega también la banda de San Francisco, con su corte “…And Justice for All” del disco del mismo nombre, aunque en definitiva la debo desechar, salvo como solución irónica, puesto que se refiere a la corrupción del sistema judicial en los Estados Unidos.

Mi llegada diaria al Centro de Justicia se enmarca en una caminata por calle Manuel Rodríguez que, salvo raras excepciones, realizo escuchando mi selección personal de música en formato mp3, en la modalidad de reproducción aleatoria. Esto es, si tengo casi diez mil en el dispositivo, no existen expectativas serias de que alguna aparezca caprichosamente cada vez que camino frente al restaurante “Donde Alfonso”. Pero una canción desafía la lógica y, sobre todo, las máximas de la experiencia, como si el boliche tuviera algún tipo de hechizo. Es “Beatle” de Ataque 77. Pero fuera de aparecer repetidamente en un lugar y tiempo similar sin explicación alguna, y ser ese lugar cercano al Centro de Justicia, su contenido no tiene absolutamente nada que ver con la virtud cardinal. ¿Incidirá en mi desempeño durante el día de manera subliminal? No tengo la más remota idea.

Siguiendo con el rock más bien pesado, en su momento vinculaba un clásico de Iron Maiden a los controles de detención. De cajón: “The Prisoner”. Pero en rigor es una canción sobre la privación de libertad, no sobre la mujer de ojos vendados que sostiene en perfecto equilibrio una balanza. Si siguiéramos con esa lógica podríamos terminar con “The Jailhouse Rock” de Leiber y Stoller, que Elvis convirtió en un emblema del rok 'n' roll. Mas no puedo dejar de destacar el comienzo de la segunda estrofa del track de Maiden, que en castellano dice más o menos: “Si tú me matas es defensa propia, si yo te mato es venganza”. Aunque es otro giro irónico y nos mantiene todavía muy lejos, por ahí va la cosa.

Insisto, mi idea no es buscar música para el sistema procesal penal. Mucho menos un himno para la fiscalía, que por lo demás existe: nos entregaban su letra un papelito para que lo entonáramos a modo de introducción en cada ceremonia solemne en los tiempos de don Guillermo Piedrabuena. Para los que lo olvidaron, o los que nunca lo conocieron, su coro rezaba “Ministerio Público, tus fiscales son huestes de arrojo y tesón que protegen el sentido del honor”. Sin comentarios. 

Seamos majaderos busco la música de la justicia, y sé que Romina, una funcionaria de un compromiso social a toda prueba, tendría una respuesta inmediata y más certera que cualquiera de las torpes ideas que he lanzado: La Cantata Santa María. O quizás alguna de Quilapayún o Inti Illimani que escucha por las tardes mientras envía las solicitudes de audiencia de los fiscales por el sistema de interconexión con los tribunales. Pero no quiero dejar a mis amigos neoliberales afuera ni menos aún insinuar algún tipo de cercanía a la política contingente de un fiscal que, por definición, debe ser apolítico. Aunque eso es evidentemente imposible.

En “The Commithmens”, la novela de Roddy Doyle llevada al cine por Alan Parker; Joey Fagan "The lips", comenta las virtudes del Soul que lo acercan más al equilibrio y la unión del equipo que la filosofía detrás del Jazz: "sonido por el gusto del sonido, sin significado". En estos días escucho a diario a Miles Davis junto a John Coltrane y pese a sentirme mucho más cercano a la música de ellos, reconozco que el argumento del carismático personaje del autor irlandés me parece razonable. Una música cercana al pueblo, accesible a todos, previsible, como darle vueltas una y mil veces a una manzana. Pero con el alma. Sin embargo, creo que ni en un género musical ni en el otro encontraré la respuesta que busco. Tiendo a pensar que está más cerca de la música seria que de la música popular. Evidentemente muy lejos de “Breaking the law” de Judas Priest o “I fought tha law” por los Clash. Para que hablar de las canciones de La Ley o de la interpretación de Lucho Barrios de "Señor Abogado". Pero no sé si más cerca de Mendelssohn o de Bach. Tal vez en el canto gregoriano. ¿Por qué? no tengo una explicación que pueda formular claramente. Sólo opiniones mal fundadas, vinculadas a emociones primarias y lugares comunes bastante simplones. 

Así, incurriendo en un contrasentido primordial, es bastante injusto que no le dé ni la más mínima oportunidad al rap, al hip hop o a la música tropical. Y lo es ya que los descarto de plano, no porque no exista nada en esos ritmos que pueda mostrar universalmente a la justicia como virtud cardinal o como principio rector de la actividad práctica del ser humano, sino porque no tienen nada que ver conmigo. Conversando el tema con mi señora mientras cenábamos me dio su interpretación más que convincente: los conceptos más básicos aparecen en nuestras vidas temprano, y en el caso de la justicia es difícil desvincularla de la estética de superhéroes justicieros que usan los calzoncillos sobre los pantalones. Para ella la música de la justicia es definitivamente una pieza interpretada por una orquesta: "El Tema de Superman", de John Williams. Al decir eso consiguió desconcentrarme, y comencé a pasearme por imágenes de cine y televisión, por distintas series sobre abogados o condimentadas con la participación de letrados. Terminé atrapado en la introducción de la serie "Se hará Justicia" (L.A. Law)

Concluyo escribiendo estas letras de madrugada, sintiendo que he fracasado rotundamente en mi esfuerzo. No sé si ha valido la pena el ejercicio, tal vez las miradas descolocadas de mis interlocutores dieran lugar a ácidos reproches no verbalizados sobre mis especulaciones. Vivimos en tiempos en que todo lo que no tenga utilidad práctica es sinónimo de basura. Quizás alguien terminó extrapolando la lógica a otro tipo de asociaciones, pensando un par de minutos sobre la música del trabajo o la imagen de la justicia. La comida y bebida de la justicia. Tal vez me faltó hablar con un hipster o poner atención a las innumerables corrientes alternativas de tiempos en que hay más bandas que fans. Quizás algo de Arcade Fire o Yo la tengo. Tal vez, como la niña de las flores, fui demasiado lejos y la respuesta estaba en mi jardín, en una suave tonada de un folclorista chileno.

No es pobre consuelo afirmar que fue muy entretenido dar la pelea. Como siempre la riqueza está en el camino y no en la meta. Quizás es música que está por escribirse...


Roberto Rabi


@rabigonz




LA BANDA SONORA DE LA JUSTICIA I

¿Con qué música asocia usted la justicia?

Le he preguntado esto varias personas y casi no he recibido respuestas. La cuestión parece en cierto modo extraña. Convengamos que más frecuentemente relacionamos ciertas canciones o piezas musicales a situaciones, ideas o valores; como el amor, la muerte, el triunfo, la patria, la naturaleza, las estaciones del año, el miedo, la navidad, etc. En algunos casos por razones muy personales. Por otra parte, mientras hay personas -como yo- que vivimos permanentemente con música en la cabeza, sea porque suena en la oficina, en la casa, en el mp3 o simplemente en nuestras mentes; hay otras para las cuales el asunto parece muy distante.

Mi colega y amigo Ernesto Vásquez, por ejemplo, es un amante del silencio. Se fue a vivir lejos del ruido buscando la bucólica tranquilidad de Padre Hurtado, lugar al que llama “una comuna para vivir, soñar, escribir y amar". Cada vez que lo dice menciona los verbos en el mismo orden, con un brillo envidiable en sus ojos. Ha identificado varias especies de aves y sus respectivos cantos, y cuando puede disfruta embelesado de esos suaves sonidos. Un día domingo se acercaba la paz interior, con los trinos de algunas especies nuevas que había identificado, en uno de esos pocos momentos en que un fiscal logra desconectarse del trabajo, cuando su vecino –otro colega nuestro- puso abrupto término a tal paradisíaco momento con “La Medallita” de Chico Trujillo, estrenando su nuevo sistema musical que, cual artillería pesada, barrió implacablemente los alados compañeros de Ernesto. En el fondo, el canto de las aves es música para su alma. De todas maneras mi pregunta inicial no puede encontrar respuesta satisfactoria en él. Menos aún en varios colegas que habitualmente me piden que baje el volumen de los discos que escucho en mi oficina, ya que pierden la concentración en su trabajo. Supongo que si usted es de aquellos que pueden vivir sin música, detendrá su lectura en este punto. Le doy permiso, el relato que sigue es muy bueno también. Pero si le ha atraído la idea, podría abrir una ventana de youtube en su PC o smartphone para verificar los sonidos de las interpretaciones a que voy a mencionar.

Es cierto, a veces la música incomoda. Como cuando desde el teléfono celular de un severo  juez de un Tribunal Oral en lo Penal comenzó a sonar algo parecido a una cumbia argentina, en medio de la lectura de la sentencia de un juicio por homicidio, como para contextualizar, frente a los veinte familiares de la víctima y otros tantos del acusado, los diez años de condena.  Pero a veces nos ayuda a descubrir apasionantes temas de conversación, distintos de leyes y sentencias, que en nuestro mundillo lo invaden todo como una infección.  Lamento haberlo descubierto muy tarde, tratándose de colegas que ya no están tan cerca como antes, o no haberlo aprovechado suficientemente, como en el caso de otros con los cuales siempre pospusimos la charla.

 ¿Qué estás escuchando?, recuerdo que me preguntó con infinito entusiasmo Marcelo Carrasco, cuando los simples pero mágicos acordes de “In My Room” de Van der Graaf Generator colmaban mi oficina. Un punto de partida que dio lugar al intercambio de varios discos, recomendaciones, referencias, etc. Pero nunca pudimos conversar larga y tendidamente. Menos ahora que él está ocupado las 24 horas del día investigando si millones de firmas desafinan o no.  Mucho más cerca, digamos en la oficina del lado, mi compañero Max Krause, quién es tanto o más melómano que yo, y aficionado en particular a la música clásica (aunque los últimos días, pasadas las 19:00 horas, sube el volumen de maravillosas interpretaciones de Franz Liszt, que en rigor es romántico y no clásico) tampoco me ha permitido profundizar en el tema: en cada conversación cercana a teclados, cuerdas y vientos él termina infiltrando, sin darse cuenta, cuestiones sobre prueba indiciaria y lógica del razonamiento judicial.

Insistiendo en mi obsesión inicial –descubrir la música de la justicia- intenté comunicarme con don Oscar Kolbach, quién escribe una columna sobre música seria en la Revista del Abogado. Pero no me ha ido muy bien. Si alguien lo ve por ahí le podría mandar mi recado. Quizás podría inspirar alguna columna suya, si es que no lo ha hecho antes, porque a decir verdad el tema me parece un poco obvio y no tengo todas las revistas. 

18 de octubre de 2013

LA CULPA NO ES DEL MARRANO




Mi compadre,  colaborador medio retirado de este blog, se autodefine en su tarjeta de presentación como historiador y subversivo.  Enseña y estudia. Siempre dispuesto a ir a las discusiones de fondo. Participante POLÍTICO informado y honesto.

Una excepción.

El panorama de cara a las próximas elecciones es muy distinto y devastador si queremos sobre todo entender lo que está pasando y mejorar. Discutir sobre política hoy día -que los lugares comunes, los facilismos y los intereses personales o de clase corroen el modelo- es derechamente imposible. Estaremos todos de acuerdo en que, para vencer en una elección no se necesita representar ideas y principios coherentes y exponerlos honestamente. Menos aún formar parte de un grupo que sea capaz de llevarlos a la práctica. Se necesita ángel: ser capaz de generar sentimientos positivos en los electores. Así como vamos en las próximas presidenciales (de no haber asamblea constituyente, deberían ser el 2017) no tendremos nueve sino doce candidatos. Y todos independientes, ningún político sino sólo personajes carismáticos de la TV que reniegan de la política, del pasado reciente y remoto y pretenden vender (acá lo más asombroso) lo que el elector quiere.  “Lo que Usted señor que me está viendo necesita” Cualquier cosa, aquello con lo que consiga que Usted mueva el potito y vaya a votar el día de la elección.

Los partidos políticos han renunciado a una obligación moralmente ineludible que es ser fieles a sus marcos teóricos y valores y sostenerlos a sabiendas de que no todos van a comulgar con ellos. Peor aún, han formado alianzas en las que derechamente no existe afinidad posible de ideas básicas. Y lo más bajo: ponen a disposición de nuestro lápiz grafito en la sagrada cédula electoral no a los mejores sino a los más amorosos.

Y todos nosotros hemos renunciado a nuestro deber de informarnos en serio sobre lo que está en juego, que rol juega el Estado, las libertades, los derechos, los sistemas de gobierno y sus posibilidades, las políticas públicas y sus variantes, el PIB, el índice de Gini, las relaciones laborales, ¡en fin!

Dele una vuelta y reconozca que no sabe nada o sabe muy poco sobre la cara bonita por la que piensa votar. Asuma además que lo poco que de su candidato conoce, en realidad no se lo cree (por ejemplo, a seis o siete de los candidatos a Presidente de la República, pese a que lo afirman, Usted no les cree que ELLOS MISMOS estén convencidos de lo que hacen y que se encuentren en condiciones de ganar)

Le propongo que nos muramos de la risa con la franja electoral este año. Ya no hay nada que hacer.

Pero para la próxima, sería bueno que nos tomáramos un poco más en serio nuestro destino considerando que la culpa no es del chancho.




Roberto Rabi