14 de diciembre de 2016

LO QUE HEMOS CONSTRUIDO


Cuatro personas, entre ellos los padres de una menor de 5 años, fueron   detenidas por el delito de homicidio calificado de un menor de 13. Parece ser que la niña acusó al chico de violarla, por lo que los padres y vecinos acudieron a buscarlo. Lo amarraron a una silla durante casi 12 horas, lo golpearon y torturaron fracturando incluso huesos bajo su rostro. Finalmente lo asfixiaron con una bolsa plástica, causándole la muerte. Al parecer el muchacho, que vivía en la precariedad supuestamente protegido por el SENAME, nada tuvo que ver con agresión sexual alguna.

Un tema que da para mucho. En primer lugar me llama la atención que se ponga tanto énfasis en la inocencia del niño asesinado ¿alguien puede afirmar que en una sociedad civilizada, de haber sido culpable, estaban justificados los hechores? La eventual culpabilidad del niño es una circunstancia marginal que, como mucho, podría atenuar su responsabilidad. Por otra parte, sorprende más aún leer en redes sociales y comentarios de las noticias en medios virtuales, que pidan balas en la cabeza y pena de muerte para los agresores. ¿En qué quedamos? ¿Somos o no somos? ¡Cuándo llegará el día que se privilegie un análisis extra penal de situaciones como esta! Esto es: como han fallado los medios de comunicación que propician el entorno para reacciones como esta, como han quedado en deuda las instituciones encargadas de la protección de los menores, qué podemos hacer para que las personas vuelvan a confiar en el sistema de justicia (hoy no cabe sino concluir que es una tarea titánica a mediano o largo plazo) Y, sobre todo, analizar por qué siempre la reacción transversal y predominante (en todos, eso es lo complejo, no solo en las víctimas) frente a cada una de las situaciones dolorosas, de la cual éste drama es una muestra, es la ira y el odio, excluyendo cualquier perspectiva sensata y constructiva.

Tengo la sensación de que desaprovecharemos una nueva oportunidad de hacer las cosas en serio.


Roberto Rabi
@rabigonz

26 de noviembre de 2016

Adiós, Fidel Alejandro Castro Ruz


Es difícil opinar con legitimidad sobre un evento histórico tan especial como la muerte de Fidel Castro. Sin embargo no puedo evitar aludir un cartel que abundaba en las calles de La Habana cuando visité la Isla en 2006: “Hoy en el mundo millones de niños se han ido a dormir con hambre. Ninguno de ellos es cubano”. Creo que es una postal que representa lo que significó Fidel: la búsqueda de una sociedad digna, igualitaria, centrada en lo esencial del desarrollo material de un pueblo; pero que jamás tuvo algún reparo en los medios que emplearía para alcanzar aquel sueño. Partiendo por suprimir toda libertad de prensa y restringirla a lo que aquel cartel representa; un conjunto de eslóganes situados en la prensa estatal, los medios de comunicación oficiales y la publicidad del partido; sin espacio para voces discordantes.

No me cabe duda que todos los que tuvimos la oportunidad de visitar la Cuba de Fidel intentamos conversar con sus habitantes, para conocer versiones de primera fuente sobre lo que vivían. Muchos me han contado que les pasó lo mismo que a mí: encontraron opiniones poco radicales y, en general, bastante respaldo a Fidel Castro y su Revolución. Sin embargo, el solo hecho que los muchachos cubanos estuvieran dispuestos a dar un ojo por unas zapatillas Nike, siempre pareció un argumento muy poderoso en contra de su régimen. La falta de las comodidades y banalidades propias de sociedades como la americana también. Para mí esos son detalles si un grupo humano es integrado y feliz.

¿Lo eran? ¿Lo son? Tengo mis dudas.

Un muchacho me mostró con orgullo el “Callejón de Hamel”, luego un colegio con los niños felices en su humildad y deseosos de aprender. Puede sentarme un par de minutos en una clase de geometría. Me mostró también tiendas de frutas, verduras, habanos y una farmacia como “La Botica” Salcobrand, pero realmente impresionante; exudaba lo que podríamos llamar “mística”. Sin embargo luego me llevó a su casa, modesta pero aparentemente alegre, y me enfrentó a un óleo de una niña bellísima de ojos violeta, de no más de doce años. Primero me preguntó si me gustaba el cuadro. Luego, cuando le dije que sí, me preguntó si quería “estar con ella” por un par de pesos convertibles. Despertaron a la niña, idéntica a la del cuadro, mientras yo trataba de irme de aquel lugar. En pijamas, despeinada y sin dejar de poner sus manos en la cara la obligaron a presentarse. Creo que ha sido uno de los momentos más impactantes de mi vida. Me constó salir por la insistencia de quién ya creía mi amigo y su grupo familiar. Su madre, sus hermanas. Evidentemente se mostraron decepcionados por mi rechazo. Desorientado volví como puede al Hotel. Sabía que el comercio sexual era un problema social importante y que por eso era severamente penado. Pero jamás creí que me vería en una situación así.
 
Cuba es una sociedad sin mucha variedad en la producción económica y el resto del mundo no le ha hecho fácil la supervivencia. A pesar de la adversidad, es una sociedad tranquila, pacífica. Pero con pena de muerte. Muchas veces empleada como instrumento político. ¿Qué puede decir un timorato chileno convencido de las virtudes de la democracia y el respeto de los Derechos Humanos frente a eso? Poco, insisto, un par de semanas en La Habana y la lectura de biografías de todos los amigos barbones de Fidel, las películas de Steven Soderbergh sobe el Ché, los “Diarios de Motocicleta”, las letras de Leandro Padura,  Ernesto Cardenal y el blog de la Yoanny Sánchez no son suficientes.Usted escuchará de todo en estos días. Espere escuchar aún más para formarse una opinión.


Si existe un personaje complejo, pero inevitable, determinante en un paraje especialmente arduo de la historia de Cuba y del Mundo, ese es Fidel.

Roberto
@rabigonz

17 de septiembre de 2016

Mientras más show, más lejos estamos del camino

En la discusión sobre este tema, los actores perdieron la brújula hace mucho rato. Se ha centrado todo el debate, para variar, ahí dónde hay más show y menos efectividad: en los turbios senderos del Derecho Penal; y lo peor de todo, sin entender un mínimo de la rama más distante de las transformaciones sociales que uno podría imaginar. ¿Alguien podría decir, seriamente, que con el ACTUAL estado de la doctrina en la materia se podría castigar a una mujer que aborta en el contexto de las famosas tres causales sin desconocer el sentido básico de la inexigibilidad de otra conducta como causal de exculpación? ¿Qué queda de la idea de culpabilidad de la conducta como fundamento de la pena si tenemos que DESPENALIZAR casos como las mentadas tres causales para tener la tranquilidad de que una mujer que aborta en esas circunstancias no arriesga terminar en la cárcel?
Falta que definamos, primero que todo, cuestiones esenciales de orden, Pero no existe voluntad política para ello, porque en el fondo lo que hay en juego, lo que realmente se está discutiendo, es la posibilidad de que una mirada ideológica prevalezca sobre otra. No si nos interesa la vida del feto o los derechos de la mujer en tal contexto. Parece que tales aspectos medulares a nadie le importan de verdad, en la medida que se discute si hacemos transformaciones con palos y piedras en circuitos integrados. No partimos de consensos evidentes (como que nadie quiere que la mujer aborte, que queremos encontrar la mejor manera de evitar el dolor y la lesión de derechos) para buscar primero las definiciones y luego las medidas específicas que se hagan cargo de manera eficaz de los conflictos.
Cuando entiendan que el Derecho Penal, sobre todo en casos como estos, HA SIDO, ES Y SEGUIRÁ SIENDO INEFICAZ; y que las soluciones de verdad se deben basar en visiones constitucionales legitimadas y en Políticas Públicas sensatas, particularmente de salud y educación, solo en ese momento podremos hablar de una discusión en serio. Por último, cuando asuman que si se van a meter en el Código Penal de 1874, al cual, desde esa fecha NO LE DEBEMOS ABSOLUTAMENTE NADA BUENO PARA NUESTRA SOCIEDAD, deberían estudiar un poco Teoría del Delito y de la Pena y considerar estudios históricos y comparados sobre aplicación y cumplimiento de condenas en función de cambios sociales. Sólo en ese momento toda esta puesta en escena, dejará de ser una caricatura rasca.
Mientras tanto, solo delantales en el pasto y más show sobre situaciones excepcionalísimas, sin intención de abordar el tema como adultos.

Roberto
@rabigonz

16 de febrero de 2016

¿Cómo me dijo que se llamaba?


En una sección humorística de Sábados Gigantes, un indio cambiaba de nombre a todo aquel que lo requiriera. Su única exigencia era “primero ponerte, después cambiar”. Como humorada funcionaba (en su momento), pero ya el programa terminó, el indio debe estar retirado y, fuera del humor fácil, el panorama es distinto.  Para empezar, las medidas que buscan efectos eminentemente simbólicos parecen casi siempre tramposas. En esa categoría caben, por ejemplo, los cambios de nombres de calles, avenidas, plazas, sociedades, organizaciones, equipos de fútbol, instituciones y partidos políticos.
Tramposas, en la mayoría de los casos, porque pretenden mostrar una nueva identidad, en circunstancias que el cambio de fondo, o no existe  o está vetado o es menor. No existe, por ejemplo, cuando alguien busca un nombre que lo desvincule de una identidad o clase social de la que reniega. ¿Cuántos apellidos mapuches o hebreos, o simplemente comunes, han sido sustituidos por tal razón? Trampa.  Cuando está vetado, cual equipo de fútbol con millonaria deuda que, para no hacerse cargo de la misma, cambia su razón social; en circunstancias que sus directivos, técnicos, afición y ubicación siguen siendo los mismos. Trampa.
También cuando el cambio es menor, como en el caso de partidos o bloques, que no pretenden ser algo distinto sino parecer distintos. Frescos, renovados y –sobre todo- libres de malas prácticas o malos personajes que se han transformado en lastres. ¿Saben por qué –sobre todo en este caso- es trampa? Porque es evidente que no quedarán atrás ni malas prácticas ni los malos personajes.
Las organizaciones políticas de verdad, con sentido e ideología claros, luchan por su prestigio, por rescatar su tradición que algún valor debe tener si es que alguna vez tuvieron razones genuinas para formarse o asociarse; no renuncian a ella simplemente por lograr algunos votos más.  No pretendo insinuar que los partidos norteamericanos son un modelo a seguir, pero ¿se imaginan a los republicanos cambiándose el nombre tras Watergate y la participación que en dicho escándalo le cupo ni más ni menos que a Richard Nixon? ¿Conciben a los demócratas cambiándose el nombre, después del escándalo sexual de Bill Clinton? No, para nada.
En Chile los Radicales siguen siendo los Radicales luchando por no extinguirse porque valoran su tradición. Aunque su apariencia sea vieja y pasada de moda. Tres gobiernos que contribuyeron demasiado a mejorar el país merecen respeto y proyección; no solo un tenue recuerdo.
Es cierto que muchas veces existen fusiones y separaciones que en el contexto de la dinámica histórica, hacen que los cambios de nombre sean, a su vez, una forma de no mentir, de trasparentar los cambios que hay detrás. Los Comunistas han soportado estoicamente la connotación peyorativa con que se emplea el nombre de su partido, porque no sería honesto cambiarlo, mientras sigan siendo comunistas; sin embargo su incorporación al conglomerado de gobierno, esta Nueva Mayoría que sigue siendo aquello a lo que se llamó Concertación de Partidos por la Democracia, acarreó tal publicitario cambio de denominación. Qué pena que no tuviesen la suficiente seguridad y consecuencia como para conservar aquel nombre tan lleno de sentido, que tan significativo fue para muchos en su oportunidad. No, en vez de hacer la limpieza que correspondía, prefirieron cambiar el nombre.
La UDI hoy pretende renovarse sin autocrítica por los delitos que han cometido sus dirigentes, sin actualización de ideas centrales. Sólo para verse más joven y renovada. ¿Tendremos que creer que, con otro nombre, quedarán atrás las malas prácticas? ¿No es acaso una traición también a aquellos militantes de derecha conservadora que defienden con más fuerza que nunca sus ideas?
Si llegar al poder lo justifica todo, aunque sea disfrazado, aunque sea cambiándose el nombre, mejor bajemos la cortina.


 Roberto