8 de diciembre de 2010

Incendio en la Base de Nuestra Sociedad



Entendemos por "Dignidad Humana" una cualidad de toda persona que la hace valiosa en sí misma, por el sólo hecho de ser tal, sin importar su edad, sexo, preferencias políticas (tampoco futbolísticas, aunque me duela reconocerlo) ni condición social. Y, evidentemente no depende de lo que hayamos hecho ni de lo que pretendamos hacer. Tras la Segunda Guerra Mundial, y el apogeo de los totalitarismos, llenarse la boca con esas palabras tan sonoras se transformó en una moda. La Constitución del ochenta fue instalada, al menos nominalmente, sobre ese pilar. Guzmán, Ortúzar, Evans y Cía. insistieron hasta el cansancio en ello, y la oposición de la época se aburrió de cuestionar el doble estándar.

Lo que pasó después es una historia triste y conocida, después de la cual asumir que las lecciones se habían aprendido parecía razonable. ¿Lo es? ¿Nuestro pueblo piensa hoy que la persona es valiosa en sí misma?

Hoy murieron más de ochenta personas que tras quebrantar el contrato social cumplían las reglas del juego: "el que la hace la paga". La medida del pago la determina el Estado quién se hace cargo también de controlarlo. ¿Podríamos vivir tranquilos si no fuera así? Confiamos en la institucionalidad que hemos creado, de la cual todos en mayor o menor medida somos responsables.

Pues bien, el Estado no cumplió su parte (digo el Estado, no sólo el Gobierno, porque el panorama penitenciario se ha mantenido casi invariable por mucho tiempo) y todos sabíamos que no lo estaba haciendo. Digo todos, porque muchos programas estelares de TV dieron cuenta más de una vez de las condiciones infrahumanas de las cárceles (y San Miguel no era precisamente la peor de todas) con altísimo rating. ¿Alguien planteó seriamente entonces que esa realidad, más que un problema de delincuentes, es un cuestionamiento severo a lo que afirmamos es el fundamento de todas nuestras normas? Sólo voces que se llevó el viento. Siempre nos preocupó la otra cara de la medalla: Que los delincuentes estuvieran en su lugar.

Ahora muchos se lamentan. Algunos son lo suficientemente consecuentes para no hacerlo. Pero nuestras autoridades nunca tuvieron el valor para levantar un discurso contra mayoritario que recordara que los presos son seres humanos y jugársela porque sus condiciones de vida fueran las escritas en las "reglas del juego": privación de libertad, nada más (ni menos) que eso.

El relato, por otra parte, se está distorsionando de manera grosera. ¡Que pena que hayan sido primerizos! Si hubiesen sido homicidas y violadores reincidentes, violadores institucionales de Derechos Humanos, para quienes hasta el momento no hemos inventado otra solución mejor que la cárcel, ¿es legitimo despreocuparse, y dejarlos morir miserablemente? Sé que, pese a que lo nieguen, la mayoría estaría conforme. Algunos incluso felices. Sabemos que la esperanza de vida tras las rejas es considerablemente menor en Chile, pero todo tiene un límite. De lo contrario no nos estamos tomando en serio la famosísima "Dignidad Humana" y la condicionamos proporcionalmente al comportamiento del sujeto.

El día que no aceptemos un tratamiento como el que terminó con la vida de 81 personas, sean delincuentes, ingenieros, curas, empresarios, magos, travestis o fiscales, creo que estaremos en condiciones de comenzar todo de nuevo.


Roberto.

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