2 de abril de 2012

Más de lo mismo




En definitiva murió. El “desenlace que nadie quería” ocurrió hace unos días. Dudoso me parece el pesimismo de quienes ven en este hecho un síntoma desconcertante de una enfermedad social hasta ahora desconocida. El mal siempre ha estado ahí y sin que hayamos hecho nada al respecto es hoy menos monstruoso que antes. Pero monstruoso al fin y al cabo y viene a despertarnos de un irresponsable letargo. Es triste asignar a la muerte de un ser humano el rol de “útil para una causa socialmente valiosa” pero eso es lo que se está haciendo y si la respuesta social a golpes de electricidad tan poderosos como este alguna vez es razonable, podremos avanzar hacia una sociedad más amable. Pero dudo que así sea porque, como es habitual, el enfoque que se ha dado a las posibilidades de reacción desde las políticas públicas carece de respaldo científico y político serio.

Afirmo lo anterior porque percibo que las expectativas de transformación están puestas en un proyecto de ley pobre y desorientado, que comienza afirmando: “Las disposiciones de esta ley tienen por objeto prevenir y eliminar todas las formas de discriminación que se ejerzan contra cualquier persona.” Que las pretensiones de transformación expresen una ambición tan desmedida parece más que pueril, engañoso, porque cuando tu dices “la aspirina busca curar el mal” estás insinuando a la población que una vez que te la tomes, el problema estará solucionado.

Más allá de la cuestión semántica, y jugando dentro de mi área de competencias, una vez más se busca una solución, con el mismo entusiasmo de siempre y sin haber encontrado algún resultado positivo demostrable que avale esta tendencia, en la ley penal. Se pretende crear una agravante de responsabilidad penal aplicable a un delito (cualquiera que sea) que se cometa por una motivación discriminatoria fundada en la raza, color, origen étnico, edad, sexo, género, religión, creencia, opinión política o de otra índole, nacimiento, origen nacional, cultural o socioeconómico, idioma o lengua, estado civil, orientación sexual, enfermedad, discapacidad, estructura genética o cualquiera otra condición social o individual. En la exposición de categorías no nos quedamos cortos, ahora, si observa con atención, se trataría de la circunstancia número 21 del artículo 12 del Código Penal (que contempla las circunstancias agravantes de responsabilidad penal del régimen general) Desde el interior del sistema penal les comento a quienes no están familiarizados con él que las agravantes que en realidad se aplican con cierta habitualidad no son más de cuatro. Por otra parte, la tendencia que se refleja en el proyecto de reforma al Código Penal que duerme en el Congreso Nacional, es precisamente reducirlas por innecesarias: si la normativa penal chilena establece marcos penales (ámbitos, en algunos casos tan vastos como navegar desde los cinco años y un día hasta el presidio perpetuo) y no penas concretas, es evidente que el rol del juez es considerar estas motivaciones para aplicar una pena específica.

Pero volvamos a lo central, si lo que pretendemos es evitar expresiones de violencia o tratos vejatorios contra grupos o tipos de personas ¿una disposición de tal naturaleza nos ayudará a lograr tal objetivo? En realidad creo que nadie podría afirmar que sí lo hará y de manera determinante. Insisto: el problema no es lo poco eficaz o legítima que puede ser la solución que la ley propone. La médula del problema es que tal normativa pretende ser una solución, lo que nos insinúa que abandonemos o prestemos menos atención a posibilidades de acción pública que realmente pueden contribuir más intensamente a ser un avance efectivo. 

A mi juicio más que preocuparnos de si le damos veinte años o cadena perpetua a los asesinos de Daniel, tarea para la cual hoy el sistema penal le entrega herramientas bastante razonables a quienes se desempeñan en él, lo fundamental es centrarnos en la educación, en una educación que le muestre a las nuevas generaciones lo que fuimos capaces de hacer como el odio se ha expresado en baños de sangre inaceptable y como ellos pueden cambiar ese entorno. Respecto de ello el proyecto de ley no dice una sola palabra. Parece insinuarlo al referirse genéricamente al rol del Estado de elaborar políticas públicas tendientes a “garantizar a toda persona, sin discriminación alguna, el pleno, efectivo e igualitario goce y ejercicio de sus derechos y libertades” Pues bien, eso la Constitución ya lo decía y parece ser que no ha existido énfasis suficiente, como sea, y al igual que la nueva “acción especial” que viene a duplicar la fórmula de otras antes existentes, hacer más de lo mismo nunca ha sido solución a nada. Un síntoma claro de que el déficit en tal sentido cubre un campo tan amplio como China, es que las discusiones públicas centradas en técnica legislativa y el texto del proyecto de ley son más que mínimas marginales, que es muy difícil poder acceder, aún el la página web del Congreso Nacional a la versión actualizada del proyecto de ley, mientras en el debate público parece haber cierto consenso progresista definido en términos casi totalitarios: “si repudias la discriminación arbitraria y el asesinato de Daniel, debes apoyar el proyecto de ley” O estás con nosotros o estás contra nosotros. Esta vez amigos no cuenten conmigo.

Si nos preocupamos más de cómo castigar que de cómo enseñar, no cabe duda de que se engendrará más violencia. Ese ciclo si que es archiconocido.




Roberto.

6 comentarios:

Eduardo Alcaíno dijo...

Estoy totalmente de acuerdo. Sobre todo, por 3 cosas a mi juicio: el episodio trágico de la muerte de Samudio, no tiene que ver con ley antidiscriminación; qué podría hacer el ordenamiento juríco ante hechos tan excepcionales e innimaginables como torturar y asesinar a alguien?. Una ley como la que se discute (prescindiendo de la técnica legislativa) no va a dirigida a actos como éste, sino que a la cotidianidad y rutina donde sí hay bastante discriminación. Por otra parte, aprobar leyes en el punto de ebullición social es el peor contexto para legislar, cosa que sucederá y dejará una normativa bastante deficiente (por ej. no hay analisis de ponderación de derechos, cuestión básica en la matriz de los derechos fundamentales). Por último, el fetechismo de la ley que habla siempre Carlos Peña es algo que cada vez me hace más sentido; si bien estoy de acuerdo que merece reconocimiento legal (de algo se parte al menos, gran parte pasa por una cuestión cultural más que normativa. En fin, yo creo que todos estamos de acuerdo con el fondo, pero la lucha (contra los sectores conservadores) se pierde si es que no aterrizamos el tema y lo tratamos de modo más inteligente.

ahoratodostusolo dijo...

Gracias Eduardo, en eso tu podrás (por tu edad y rol), hacer más que yo.

Carolina Lastreto dijo...

Desconozco la propuesta de ley en profundidad, pero con lo que he leído sobre ella estoy totalmente de acuerdo en que se intenta curar el síntoma y no la enfermedad. Me hace pensar que aunque, como señalas Rodrigo, el párrafo con el que comienza es bastante ambicioso y que el proyecto va más orientado a sancionar, al menos se refiere al asunto central, según mi opinión, que debe primar en la lucha contra la discriminación, la prevención. Creo que la manera de eliminar toda forma de discriminación es mediante la prevención y la forma de prevenir está ligada a la familia y educación.
A nivel de educación formal, mi optimismo no puede ser más que realista y bien poco auspicioso. Esta semana en una reunión con personajes relacionados activamente con el área educacional escuché a un colega psicólogo hablar de “taller sobre sexualidad normal” y “taller sobre sexualidad anormal” , el primero pensado para alumnos heterosexuales y el segundo para homosexuales, mi nivel de espanto creció aún más cuando el resto de directivos, orientadores y profesores escuchó pasivamente sin rebatir el comentario extremadamente discriminatorio y más aún cuando un par de ellos replicó el concepto. Desde ahí se debe partir, el cuidar y hacernos cargo de cómo nos expresamos, ya que no hay que olvidar que el lenguaje construye realidades y tiene la capacidad de perpetuar y difundir prejuicios.
A nivel familiar, difícil tarea nos toca cuando debido al extremo individualismo y la cada vez más preocupante pérdida del sentido gregario y colectivo como, por ejemplo, de la tan anhelada "vida de barrio" donde la socialización que se podía lograr en un plaza te daba la oportunidad de relacionarte con el niño que asistía a un colegio privado, público o especial sin siquiera pensar en que por el sólo hecho de asistir a éstos podíamos ser clasificados de manera distinta. Lamentablemente, esa vida cada vez se vuelve más escasa y es reemplazada por la vida en departamentos, donde con suerte sabemos cómo es la cara de nuestro vecino, donde la mejor compañía que se suele encontrar, para una gran mayoría, es la televisión con programas que nos muestran pseudorealidades cargadas de frivolismos, y luego el fin de semana no encontrar mejor panorama que salir a deambular por un mall y consumir todo lo que se ofrece. Es así como la hermética individualidad social nos lleva a cubrir la necesidad innata de cercanía e interacción “viviendo” artificialmente a través de personajes de realitys y teniendo pseudocontactos en un mall repleto de gente que no conocemos y de esta forma perdiendo la oportunidad de desarrollar y ejercitar nuestra capacidad de socializar y por ende de empatizar, una persona empática seguro discriminará mucho menos. Todo esto nos limita a no conocer realidades distintas a la nuestra y es sabido que en la base de la discriminación hay mucha ignorancia y temor a lo desconocido o diferente.
Quizás es ahora cuando nos toca “revisarnos” y analizar qué tanto discriminamos nosotros y cuáles son nuestras creencias, valores, estereotipos y prejuicios.
No creo poder lanzar la primera piedra en contra de los que discriminan, ya que más de una vez me he burlado o he menospreciado a alguien por su forma de expresarse o por sus capacidades intelectuales. Sólo me queda esperar que tanto a mí como para los miles que repudiamos el asesinato a Daniel Zamudio nos lleve a pensar más allá de lo macro, que para mí es la ley, y que repensemos cómo nos relacionamos con otros y cómo aportamos a la cadena nefasta que muy bien reflejó Eugenio Figueroa en uno de sus tweets: “Del chiste al desprecio. Del desprecio al prejuicio. Del prejuicio al odio. Del odio a la violencia. De la violencia, a la muerte.”

Fomentemos en nuestros niños el respeto a la diversidad y la igualdad. Partamos dando el ejemplo. RESPETEMOS!

Muy bien escrito Rabi, invitas a reflexionar.
Lastreto.

ahoratodostusolo dijo...

Muchas gracias Carolina, siempre es bienvenido un comentario proveniente de otro ámbito de destrezas. Tiendo a compartir tu opinión. Sin perjuicio creo que en definitiva siempre en el humor habrá exageración, la línea que divide la orientación del totalitarismo es muy delgada. No quiero que un día me digan sobre que puedo y sobre que no hacer chistes.


Roberto

Carolina Lastreto dijo...

Totalmente de acuerdo… Creo que ambos estamos en contra del totalitarismo y también comparto el placer y el derecho a reírme de lo que se me antoje. Pero también es cierto que a veces podemos pasar de un simple chiste a ser sumamente crueles y llegar a dañar la autoestima de una persona profundamente, esa línea también es sumamente delgada.

Carolina.

ahoratodostusolo dijo...

Al respecto te dejo algo qe comentamos hace unos años. Ese debate está más de moda que nunca (ojo con los comentarios)

http://www.ahoratodostusolo.blogspot.com/2005/11/humor-sobre-todo-el-negro.html

Rab(h)istórico